sábado, 16 de noviembre de 2013

Tabú, F.W. Murnau



Tabú Friedrich Wilhelm Murnau

  I. El fin del cine mudo
1931 es el año que marca el fin definitivo del período mudo. La aparición en 1927 de El cantor de jazz significa una revolución estrictamente dirigida a los sectores tecnológicos de la cinematografía, pero en absoluto vinculada a los cánones artísticos que formaban la estética y la personalidad fílmica del momento. De hecho, durante unos cuantos años, los films sonoros no fueron más que muestras titubeantes y experimentales diseñados con el fin de familiarizarse con la nueva técnica sin aportar el menor recurso expresivo. Algo que, sin ningún género de dudas, dinamitó la cota alcanzada por el cine silente a finales de los años 20, momento en el que se logra la plenitud absoluta del arte cinematográfico con un conjunto de obras que abren un sinfín de derroteros por los que transitar (Metrópolis, Napoleón, Octubre, El viento, El maquinista de la General...) y que el éxito obtenido por la discreta película de Alan Crosland se encargaría de anular. De entre el conjunto de films surgidos en esta última etapa sobresale, muy especialmente, la primera obra que Murnau realizó en los Estados Unidos, Amanecer, auténtico compendio de su arte y un paradigma casi absoluto del poder de la imagen, concebido como una declaración de principios sobre los propósitos del cineasta en tierras norteamericanas. Propósitos que no tardarían en verse frustrados debido a las alteraciones que sufriría su siguiente film, Four devils (hoy en día lamentablemente perdido), originalemente mudo aunque reconvertido a sonoro por la Fox y, sobretodo, por las desavenencias en torno a City Girl de la que Murnau, un convencido detractor del nuevo sistema, abandonó el rodaje poco antes de su conclusión. Es en esta búsqueda de autonomía creativa, de total disyunción con la moda dominante, de la que surge su asociación con Robert Joseph Flaherty y, por ende, la consecución de Tabú.
 II. Tabú, romanticismo y naturalismo
Aún sin ahondar en la multiplicidad de lecturas e interpretaciones que posee la obra póstuma de Murnau, Tabú aparece ante el espectador como la fusión más coherente y admirable entre naturalismo y romanticismo que el Arte haya producido. Una aparente superficie documental y un lejano seguimiento de las ideas rousseaunianas es, básicamente, todo cuanto el film debe a la figura de Flaherty. El resto se encamina hacia la disertación entre el mito y lo humano, la realidad y lo onírico, el amor y el fatum, temas más que recurrentes a lo largo de la filmografía de Murnau y que, aquí, llegan a su máxima expresión de madurez. En efecto, la idea del mito queda ya expresada desde el mismo título. Reri, convertida en tabú y a la que ningún hombre puede tocar, se enfrenta a un colectivo que enaltece dichos preceptos y cuyas tradiciones se encuentran muy por encima de la libertad individual. Sus deseos como ser humano no sirven en una coyuntura ancestral y, por consiguiente, su amor hacia Matahi ha de quedar olvidado. Empero, la rebelión de estos dos seres y su posterior huida posee unos rasgos marcadamente particulares que Murnau se encarga de hacer patentes: no hay un enjuiciamiento hacia unas normas enraizadas, ni mucho menos un punto de vista crítico respecto a las mismas. Más bien al contrario. La situación mencionada se halla mostrada desde el prisma de los enamorados, subjetivizada al máximo, sin antagonías ni maniqueísmos de ningún tipo. Y de ahí extrae Murnau una de sus tesis fundamentales: la imposibilidad de amar. Reri y Matahi se encuentran bajo el yugo de una especie de maldición divina al quebrantar unas leyes atávicas. La consumación de su amor es, en última instancia, la consecución de su condición de “malditos” ante dichas leyes. Y la perspectiva de Murnau se interioriza ante este hecho, dirigiendo la mirada hacia su propio universo, mostrando la situación de ambos jóvenes desde un punto de vista que parece turbadoramente inverso al de Nosferatu. Al igual que Ellen, Reri ama con devoción, pero si en el film de 1922, la separación física conducía a una interconexión casi espiritual entre los amantes, en Tabú la carnalidad y la unión de los cuerpos es el común denominador en la relación de Reri y Matahi, apartados de intersticios místicos. Del mismo modo, si en Nosferatu el personaje femenino resultaba la pieza clave para acabar con la plaga de peste causada por el monstruo mediante su pureza y su sacrificio, aquí lo es para salvar la vida de Matahi algo que, también a diferencia del film anterior, resulta un acto infructuoso. Ésta idea de la inversión entre las dos obras se encuentra, incluso, reforzada por las apariciones casi fantasmales de Hitu, directamente conectadas con las del vampiro, aunque en Tabú el anciano viste de un blanco inmaculado en directa oposición al conde Orlok. La escisión entre lo real y lo irreal, resulta otro aspecto trabajado por el cineasta teniendo en cuenta su obra anterior. No existe en el film ninguna secuencia abiertamente onírica, sin embargo toda la obra está impregnada de un extraño halo de ensoñación, similar al que acaecía en Amanecer. Una explosión de arrebatado romanticismo, que adquiere carices cercanos a lo irracional, sustentado por unos elementos naturales que se transforman en la proyección externa de la pasión entre los amantes. Transfigurada por la impresionante fotografía de Floyd Crosby en un fascinante universo de luces y sombras, la naturaleza se convierte en el principio y el fin de la relación entre los jóvenes. Si en Amanecer, el intento de asesinato de George O´Brien a Janet Gaynor iniciaba un nuevo descubrimiento del amor con el río como testigo, en Tabú es otro río el telón de fondo del nacimiento amoroso entre Reri y Matahi que fenecerá, posteriormente, en la profundidad del mar en lo que casi parece una referencia a Manrique. El entorno se convierte, por tanto, en un personaje tan importante como los protagonistas que condensa, por sí solo, toda la capacidad de ensueño anidada en los enamorados, como toda la crudeza que el futuro les depara. Es la idea del destino (otra de las constantes del cineasta) la que adquiere una dimensión cercana al fatalismo, según los planteamientos realizados por Murnau. La designación de Reri como “tabú” es presenciada por toda la comunidad excepto por Matahi quien, inocente, lanza a la muchacha una corona de flores de la que es violentamente despojada por una de las ancianas de la tribu. A partir de aquí, la atmósfera lírica que predomina en las imágenes de la obra parece impregnada de cierto trasfondo sombrío, presente en pequeños detalles de puesta en escena (la flor y la perla negra en el suelo) o en soluciones narrativas (la llegada de los jóvenes a la isla en la que buscan refugio, exhaustos tras una travesía por mar). El destino, en definitiva, mostrado como algo inmutable, inmisericorde; por tanto, la insubordinación de los dos amantes va dirigida tanto a los elementos costumbristas de su sociedad, como al fatum adverso que los atenaza constantemente. Una lucha abocada al fracaso, pero absolutamente necesaria para poder sentir algo que Tabú sabe transmitir con poderosísima fuerza: la vida.
III. Tabú, la alegoría
 Es curioso señalar que, en el mismo año de realización de este film, otro disidente del sistema, Charles Chaplin, dirigió una de sus obras mayores convertida, junto a la película de Murnau, en el testamento del cine mudo: Luces de la ciudad. Curioso no porque ambas propuestas posean características similares (más bien tendríamos que hablar de aspectos disímiles), sino porque existe un aspecto común en ellas, de capital importancia para el desarrollo de las historias, que acaba convirtiéndose en un factor netamente alegórico: la importancia del dinero. La obra maestra de Chaplin versa, toda ella, en los esfuerzos que el pequeño vagabundo ha de llevar a cabo para pagar la operación que devolverá la vista a la joven vendedora de flores. En Tabú, Matahi adquiere una deuda involuntaria que le imposibilita a escapar de la isla junto a Reri y que le hace jugarse la vida, en otro territorio tabú, para conseguir perlas. En el fondo, Murnau no utiliza este detalle dramático como eje del argumento (como sí hacía Chaplin), sino que reflexiona sobre su propia situación en la cinematografía estadounidense de comienzos de los años treinta. En efecto, no es descabellado pensar que el cineasta se encontrara perfectamente identificado con unos jóvenes llenos de vitalidad y ganas de demostrarse su amor, atenazados por unas circunstancias adversas, es decir, la figura de un creador en la plenitud de su genio, constreñido por las normas económicas del sistema hollywoodiense, y cuya única vía de escape consiste en escapar, decepcionado, a la búsqueda de su propia emancipación artística, alejado de los cánones impuestos por los estudios (siguiendo con el paralelismo, la huída de los enamorados). Ante ello, el fatum que afecta a Reri y Matahi es perfectamente parangonable al de Murnau: fallecido en un accidente automovilístico en la cima de su talento. Por consiguiente, el apoteósico final de Tabú puede tener una interesante dobre vertiente: la representación del artista que nada a contracorriente con el fin de alcanzar su integridad creativa, intentando vencer las adversidades, aunque éstas acaben precipitándolo al fondo del mar. También, una premonición del temprano fin del cineasta. El barco que lleva a una Reri muerta en vida, perdiéndose en el tenebroso horizonte, parece transformarse en la barca de Caronte que, a través del río Estigia, lleve el alma de Murnau.

Renacimieto

"Lo fundamentalmente nuevo en la concepción artística del Renacimiento es el descubrimiento de la idea del genio, es decir de que la obra de arte es creación de la personalidad autónoma, y que esta personalidad está por encima de la tradición, la doctrina y las reglas e incluso de la obra misma; de que la obra recibe su ley de aquella personalidad; de que, en otras palabras, la personalidad es mas rica y profunda que la obra y no puede llegar a expresarse por completo en ninguna realización objetiva." Hauser, Arnold, "Historia social de la literatura y el arte", tomo II


viernes, 9 de agosto de 2013

Konstantin Korovin



 "Korovin me dijo en una ocasión -escucho aún su voz profunda-, que ninguna obra debe ser nunca terminada por completo". Esto no es, ni mucho menos,una idea particular de Korovin. Ya que aquí, en el Este, a nuestro alrededor, en Alma Atá o más allá en Tash o en Ashjabad ello se convierte en una tradición. En una costumbre. Aquí en Asia central no se hallará un solo bordado, un solo dibujo en una alfombra, una sola orla alrededor de una tubeteica, ni un solo azulejo de filigrana azul en las gigantescas mezquitas, que no de una clara sensación de lo inconcluso. La costumbre nace de una creencia terrible: que aquello que sea terminado por completo se volverá ineluctablemente contra el destino de su creador. S. M. Eisenstein, Cinematismo, p.478.

jueves, 31 de enero de 2013

Especial Mussitelli

Ferruccio Musitelli (1927-2013)

Referente de la cultura y de los valores solidarios


Pintor, documentalista, fotógrafo, camarógrafo de noticieros y fundador de la principal empresa de alquiler de equipos cinematográficos de Uruguay, Musitelli nació en Pando en 1927, pasó su infancia en Túnez hasta los inicios de la Segunda Guerra Mundial, cuando su familia regresó al país.


Entre la extensa filmografía de Musitelli se encuentran títulos tan conocidos como “La Avenida 18 de Julio” (1951), “La ciudad en el playa” (1961), “Orientales al frente” (1971) e inclusive documentales científicos como “Psicomotricidad” (1980).


Su profesión lo llevó a recorrer el mundo. Musitelli llegó a ser reconocido internacionalmente y recibió encargos de gobiernos de muchos países, así como también de empresas importantes como las cadenas RAI de Italia, ABC de Estados Unidos, TV de Francia y BBC de Gran Bretaña.


En julio de 2012 presentó su libro "Imágenes en la maleta", que recoge relatos breves sobre su vida.






Mussitelli, La ciudad en la playa (1961)










Mussitelli, Un solo país (2012)




Entrevista a Ferruccio Mussitelli 1 de 4, El lado oculto, Gerardo Sotelo, canal 20





Entrevista radial a Ferruccio Mussitelli en "La máquina de pensar" 1050 am






jueves, 17 de enero de 2013

Julio Cortazar: Queremos tanto a Glenda

En aquel entonces era difícil saberlo. Uno va al cine o al teatro y vive su noche
sin pensar en los que ya han cumplido la misma ceremonia, eligiendo el lugar y la hora,
vistiéndose y telefoneando y fila once o cinco, la sombra y la música, la tierra de nadie
y de todos allí donde todos son nadie, el hombre o la mujer en su butaca, acaso una
palabra para excusarse por llegar tarde, un comentario a media voz que alguien recoge o
ignora, casi siempre el silencio, las miradas vertiéndose en la escena o la pantalla,
huyendo de lo contiguo, de lo de este lado. Realmente era difícil saber, por encima de la
publicidad, de las colas interminables, de los carteles y las críticas, que éramos tantos
los que queríamos a Glenda.
Llevó tres o cuatro años y sería aventurado afirmar que el núcleo se formó a
partir de Irazusta o de Diana Rivero, ellos mismos ignoraban cómo en algún momento,
en  las copas  con  los amigos  después  del cine,  se dijeron  o se callaron  cosas que
bruscamente habrían de crear la alianza, lo que después todos llamamos el núcleo y los
más jóvenes el club. De club no tenía nada, simplemente queríamos a Glenda Garson y
eso bastaba para recortarnos de los que solamente la admiraban. Al igual que ellos
también nosotros admirábamos a Glenda y además a Anouk, a Marilina, a Annie, a
Silvana y por qué no a Marcello, a Yves, a Vittorio y a Dirk, pero solamente nosotros
queríamos tanto a Glenda, y el núcleo se definió por eso y desde eso, era algo que sólo
nosotros sabíamos y confiábamos a aquellos que a lo largo de las charlas habían ido
mostrando poco a poco que también querían a Glenda.
A partir de Diana o Irazusta el núcleo se fue dilatando lentamente: el año de El
fuego de la nieve  debíamos ser apenas seis o siete, cuando estrenaron  El uso de la
elegancia  el núcleo se amplió  y sentimos  que crecía casi insoportablemente y que
estábamos  amenazados  de  imitación  snob  o  de  sentimentalismo  estacional.  Los
primeros, Irazusta y Diana y dos o tres más, decidimos cerrar filas, no admitir sin
pruebas, sin el examen disimulado por los whiskys y los alardes de erudición (tan de
Buenos Aires, tan de Londres y de México esos exámenes de medianoche). A la hora
del  estreno  de  Los  frágiles  retornos  nos  fue  preciso  admitir,  melancólicamente
triunfantes, que éramos muchos los que queríamos a Glenda. Los reencuentros en los
cines, las miradas a la salida, ese aire como perdido de las mujeres y el dolido silencio
de los hombres nos mostraban mejor que una insignia o un santo y seña. Mecánicas no
investigables nos llevaron a un mismo café del centro, las mesas aisladas empezaron a
acercarse, hubo la grácil costumbre de pedir el mismo cóctel para dejar de lado toda
escaramuza inútil y mirarnos por fin en los ojos, allí donde todavía alentaba la última
imagen de Glenda en la última escena de la última película.
Veinte, acaso treinta, nunca supimos cuántos llegamos a ser porque a veces
Glenda duraba meses en una sala o estaba al mismo tiempo en dos o cuatro, y hubo
además ese momento excepcional en que apareció en escena para representar a la joven
asesina de Los delirantes y su éxito rompió los diques y creó entusiasmos momentáneos
que jamás aceptamos. Ya para entonces nos conocíamos, muchos nos visitábamos parahablar de Glenda. Desde un principio Irazusta parecía ejercer un mandato tácito que
nunca había reclamado, y Diana Rivero jugaba su lento ajedrez de confirmaciones y
rechazos que nos aseguraba una autenticidad total sin riesgos de infiltrados o de tilingos.
Lo que había empezado como asociación libre alcanzaba ahora una estructura de clan, y
a  las  livianas  interrogaciones  del  principio  se  sucedían  las  preguntas  concretas,  la
secuencia del tropezón en  El uso de la elegancia,  la réplica final de  El fuego de la
nieve, la segunda escena erótica de Los frágiles retornos. Queríamos tanto a Glenda que
no podíamos tolerar a los advenedizos, a las tumultuosas lesbianas, a los eruditos de la
estética. Incluso (nunca sabremos cómo) se dio por sentado que iríamos al café los
viernes cuando en el centro pasaran una película de Glenda, y que en los reestrenos en
cines de barrio dejaríamos correr una semana antes de reunimos, para darles a todos el
tiempo necesario; como en un reglamento riguroso, las obligaciones se definían sin
equívoco, no acatarlas hubiera sido provocar la sonrisa despectiva de Irazusta o esa
mirada amablemente horrible con que Diana Rivero denunciaba la traición y el castigo.
En ese entonces las reuniones eran solamente Glenda, su deslumbrante ubicuidad en
cada uno de nosotros, y no sabíamos de discrepancias o reparos. Sólo poco a poco, al
principio con un sentimiento de culpa, algunos se atrevieron a deslizar críticas parciales,
el desconcierto o la decepción frente a una secuencia menos feliz, las caídas en lo
convencional  o  lo  previsible.  Sabíamos  que  Glenda  no  era  responsable  de  los
desfallecimientos que enturbiaban por momentos la espléndida cristalería de El látigo o
el final de  Nunca se sabe por qué.  Conocíamos otros trabajos de sus directores, el
origen de las tramas y los guiones; con ellos éramos implacables porque empezábamos
a sentir que nuestro cariño por Glenda iba más allá del mero territorio artístico y que
sólo ella se salvaba de lo que imperfectamente hacían los demás. Diana fue la primera
en hablar de misión, lo hizo con su manera tangencial de no afirmar lo que de veras
contaba para ella, y le vimos una alegría de whisky doble, de sonrisa saciada, cuando
admitimos llanamente que era cierto, que no podíamos quedarnos solamente en eso, el
cine y el café y quererla tanto a Glenda.
Tampoco  entonces  se  dijeron  palabras  claras,  no  nos  eran  necesarias.  Sólo
contaba la felicidad de Glenda en cada uno de nosotros, y esa felicidad sólo podía venir
de la perfección. De golpe los errores, las carencias se nos volvieron insoportables; no
podíamos aceptar que Nunca se sabe por qué terminara así, o que El fuego de la nieve
incluyera la infame secuencia de la partida de poker (en la que Glenda no actuaba pero
que de alguna manera la manchaba como un vómito, ese gesto de Nancy Phillips y la
llegada inadmisible del hijo arrepentido). Como casi siempre, a Irazusta le tocó definir
por lo claro la misión que nos esperaba, y esa noche volvimos a nuestras casas como
aplastados por la responsabilidad que acabábamos de reconocer y asumir, y a la vez
entreviendo la felicidad de un futuro sin tacha, de Glenda sin torpezas ni traiciones.
Instintivamente el núcleo cerró filas, la tarea no admitía una pluralidad borrosa.
Irazusta habló del laboratorio cuando ya estaba instalado en una quinta de Recife de
Lobos.  Dividimos  ecuánimemente  las  tareas  entre  los  que  deberían  procurarse  la
totalidad de las copias de  Los frágiles retornos,  elegida por su relativamente escasa
imperfección. A nadie se le hubiera ocurrido plantearse problemas de dinero, Irazusta
había sido socio de Howard Hughes en el negocio de las minas de estaño de Pichincha,
un mecanismo extremadamente simple nos ponía en las manos el poder necesario, los
jets y las alianzas y las coimas. Ni siquiera tuvimos una oficina, la computadora de
Hagar Loss programó las tareas y las etapas. Dos meses después de la frase de Diana
Rivero el laboratorio estuvo en condiciones de sustituir en  Los frágiles retornos  la
secuencia ineficaz de los pájaros por otra que devolvía a Glenda el ritmo perfecto y elexacto sentido de su acción dramática. La película tenía ya algunos años y su reposición
en los circuitos internacionales no provocó la menor sorpresa: la memoria juega con sus
depositarios y les hace aceptar sus propias permutaciones y variantes, quizá la misma
Glenda  no  hubiera  percibido  el  cambio  y  sí,  porque  eso  lo  percibimos  todos,  la
maravilla de una perfecta coincidencia con un recuerdo lavado de escorias, exactamente
idéntico al deseo.
La misión se cumplía sin sosiego, apenas asegurada la eficacia del laboratorio
completamos el rescate de El fuego de la nieve y El prisma; las otras películas entraron
en proceso con el ritmo exactamente previsto por el personal de Hagar Loss y del
laboratorio.  Tuvimos  problemas  con  El  uso  de  la  elegancia,  porque  gente  de  los
emiratos  petroleros  guardaba  copias  para  su  goce  personal  y  fueron  necesarias
maniobras  y  concursos  excepcionales  para  robarlas  (no  tenemos  por  qué usar  otra
palabra) y sustituirlas sin que los usuarios lo advirtieran. El laboratorio trabajaba en un
nivel de perfección que en un comienzo nos había parecido inalcanzable aunque no nos
atreviéramos a decírselo a Irazusta; curiosamente la más dubitativa había sido Diana,
pero cuando Irazusta nos mostró  Nunca se sabe por qué y  vimos el verdadero final,
vimos a Glenda que en lugar de volver a la casa de Romano enfilaba su auto hacia el
farallón y nos destrozaba con su espléndida, necesaria caída en el torrente, supimos que
la perfección podía ser de este mundo y que ahora era de Glenda para siempre, de
Glenda para nosotros para siempre.
Lo  más  difícil  estaba  desde  luego  en  decidir  los  cambios,  los  cortes,  las
modificaciones de montaje y de ritmo; nuestras distintas maneras de sentir a Glenda
provocaban duros enfrentamientos que sólo se aplacaban después de largos análisis y en
algunos  casos  por  imposición  de una mayoría  en  el  núcleo.  Pero  aunque algunos,
derrotados, asistiéramos a la nueva versión con la amargura de que no se adecuara del
todo a nuestros sueños, creo que a nadie le decepcionó el trabajo realizado; queríamos
tanto a Glenda que los resultados eran siempre justificables, muchas veces más allá de
lo previsto. Incluso hubo pocas alarmas: la carta de un lector  del infaltable  Times
asombrándose de que tres secuencias de El fuego de la nieve se dieran en un orden que
creía recordar diferente, y también un artículo del crítico de La Opinión que protestaba
por un supuesto corte en El prisma, imaginándose razones de mojigatería burocrática.
En todos los casos se tomaron rápidas disposiciones para evitar posibles secuelas; no
costó mucho, la gente es frívola y olvida o acepta o está a la caza de lo nuevo, el mundo
del cine es fugitivo como la actualidad histórica, salvo para los que queremos tanto a
Glenda.
Más peligrosas en el fondo eran las polémicas en el núcleo, el riesgo de un cisma
o de una diáspora. Aunque nos sentíamos más que nunca unidos por la misión, hubo
alguna noche en que se alzaron voces analíticas contagiadas de filosofía política, que en
pleno  trabajo  se  planteaban  problemas  morales,  se  preguntaban  si  no  estaríamos
entregándonos a una galería de espejos onanistas, a esculpir insensatamente una locura
barroca en un colmillo de marfil o en un grano de arroz. No era fácil darles la espalda
porque el núcleo  sólo había  podido  cumplir  la obra como  un  corazón  o  un avión
cumplen la suya, ritmando una coherencia perfecta. No era fácil escuchar una crítica
que nos acusaba de escapismo, que sospechaba un derroche de fuerzas desviadas de una
realidad más apremiante, más necesitada de concurso en los tiempos que vivíamos. Y
sin embargo no fue necesario aplastar secamente una herejía apenas esbozada, incluso
sus protagonistas se limitaban a un reparo parcial, ellos y nosotros queríamos tanto a
Glenda que por encima y más allá de las discrepancias éticas o históricas imperaba el
sentimiento  que siempre nos uniría, la certidumbre de que el perfeccionamiento  deGlenda nos perfeccionaba y perfeccionaba el mundo. Tuvimos incluso la espléndida
recompensa de que uno de los filósofos restableciera el equilibrio después de superar
ese periodo de escrúpulos inanes; de su boca escuchamos que toda obra parcial es
también historia, que algo tan inmenso como la invención de la imprenta había nacido
del más individual y parcelado de los deseos, el de repetir y perpetuar un nombre de
mujer.
Llegamos así al día en que tuvimos las pruebas de que la imagen de Glenda se
proyectaba ahora sin la más leve flaqueza; las pantallas del mundo la vertían tal como
ella misma —estábamos seguros— hubiera querido ser vertida, y quizá por eso no nos
asombró demasiado enterarnos por la prensa de que acababa de anunciar su retiro del
cine y del teatro. La involuntaria, maravillosa contribución de Glenda a nuestra obra no
podía ser coincidencia ni milagro, simplemente algo en ella había acatado sin saberlo
nuestro anónimo cariño, del fondo de su ser venía la única respuesta que podía darnos,
el acto de amor que nos abarcaba en una entrega última, ésa que los profanos sólo
entenderían como ausencia. Vivimos la felicidad del séptimo día, del descanso después
de la creación; ahora podíamos ver cada obra de Glenda sin la agazapada amenaza de un
mañana  nuevamente  plagado  de  errores  y  torpezas;  ahora  nos  reuníamos  con  una
liviandad de ángeles o de pájaros, en un presente absoluto que acaso se parecía a la
eternidad.
Sí, pero un poeta había dicho bajo los mismos cielos de Glenda que la eternidad
está enamorada de las obras del tiempo, y le tocó a Diana saberlo y darnos la noticia un
año más tarde. Usual y humano: Glenda anunciaba su retorno a la pantalla, las razones
de siempre,  la frustración  del profesional con las  manos  vacías,  un  personaje a la
medida, un rodaje inminente. Nadie olvidaría esa noche en el café, justamente después
de haber visto  El uso de la elegancia  que volvía a las salas del centro. Casi no fue
necesario  que  Irazusta  dijera  lo  que  todos  vivíamos  como  una  amarga  saliva  de
injusticia y rebeldía. Queríamos tanto a Glenda que nuestro desánimo no la alcanzaba;
qué culpa tenía ella de ser actriz y de ser Glenda; el horror estaba en la máquina rota, en
la realidad de cifras y prestigios y Oscars entrando como una fisura solapada en la
esfera de nuestro cielo tan duramente ganado. Cuando Diana apoyó la mano en el brazo
de  Irazusta  y  dijo:  «Sí,  es  lo  único  que queda  por  hacer»,  hablaba  por  todos  sin
necesidad de consultarnos. Nunca el núcleo tuvo una fuerza tan terrible, nunca necesitó
menos palabras para ponerla en marcha. Nos separamos deshechos, viviendo ya lo que
habría de ocurrir en una fecha que sólo uno de nosotros conocería por adelantado.
Estábamos seguros de no volver a encontrarnos en el café, de que cada uno escondería
desde ahora la solitaria perfección de nuestro reino. Sabíamos que Irazusta iba a hacer
lo necesario, nada más simple para alguien como él. Ni siquiera nos despedimos como
de costumbre,  con  la liviana  seguridad  de volver  a encontrarnos  después  del cine,
alguna noche de Los frágiles retornos o de El látigo. Fue más bien un darse la espalda,
pretextar que era tarde, que había que irse; salimos separados, cada uno llevándose su
deseo de olvidar hasta que todo estuviera consumado, y sabiendo que no sería así, que
aún nos faltaría abrir alguna mañana el diario y leer la noticia, las estúpidas frases de la
consternación  profesional.  Nunca  hablaríamos  de  eso  con  nadie,  nos  evitaríamos
cortésmente en las salas y en la calle; sería la única manera de que el núcleo conservara
su fidelidad, que guardara en el silencio la obra cumplida. Queríamos tanto a Glenda
que le ofreceríamos una última perfección inviolable. En la altura intangible donde la
habíamos exaltado, la preservaríamos de la caída, sus fieles podrían seguir adorándola
sin mengua; no se baja vivo de una cruz.

lunes, 14 de enero de 2013

Werner Herzog, La cueva de los sueños olvidados (2010)

copiar el link:         http://youtu.be/4T24Dkt_S_M

En manos de Herzog el documental se distancia de su funcionalidad desveladora para erigirse en una reflexión ensayística sobre la condición humana y su primario impulso espiritual, la génesis de la cultura y el valor de la historia como objeto de conocimiento. 
La autoría de Herzog se manifiesta en este gesto en el que trasciende el material de base divulgativo y científico para erigir hipótesis como, por ejemplo, fundar la génesis del cine en el sistema primigenio de representación plasmado a través de las pinturas rupestres. Aquellos primigenios artistas, al pintar los animales aprovechando las estrías y rugosidades de la pared donde trazaban las figuraciones animales, parecen indicar la búsqueda de movimiento con el juego de luces y sombras generadas por las antorchas, instrumentos necesarios para poder realizar su trabajo en el espacio angosto y oscuro. Como dice el propio autor, lo visto le sugiere una forma de protocine, como cuadros de una película animada. De esta manera, libera a la imagen histórica de su raigambre factual y nos hace sumergirnos más en la cueva de Platón que en una cueva con restos del paleolítico. Sin quebrantar la preceptiva normativa documental, y, por tanto, sujeta a una estructura expositiva con finalidad didáctica, en estos enclaves regresivos en los que se ve sumido el cine más inmediato, La cueva de los sueños olvidados recupera el acto poético de la obra de Flaherty, donde, como él, Herzog integra la sensibilidad humanista y romántica a la retórica documental.
Si bien es cierto que el documental se apoya en el comentario, en la palabra hablada como fuente principal del significado, no obstante, en ese aliento de mantener insoslayable el misterio del flash congelado en el tiempo, será la música de Ernst Reijseger la que tenga un papel destacado como configuradora del aura tenebrosa de lo arcano. Será la música grave y solemne con coros, siguiendo la tradición del cine fantástico-metafísico, la que dibuje la temporalidad del discurso embargado en las brumas. La música como alianza exaltadora subjetiviza la imagen para que nos aterciopele en los susurros de la naturaleza y de la evolución humana. Por eso, cuando están dentro de la gruta y se pide silencio, Herzog lo rompe con la inserción de la música porque busca con ella un símbolo sonoro del ciclo respiratorio ondulante, el del paso del tiempo. Una transcripción presente a lo largo de todo el film mediante los paisajes envolventes que construye con el lirismo hímnico de la música.Tal como se dice en el documental, la cueva se transforma con su capacidad de asombro en un mundo encantado de imaginación. En ese espacio alegórico bajo los ojos del realizador no podemos olvidar al Homo spiritualis, ya que el lugar de ritos y de ceremonias que era la cueva para nuestros ancestros de hace 32.000 años dota a la figuración animal y femenina de un carácter mágico derivado de una palpable conciencia de la muerte (sus señas como santuario así lo evidencian), como de un signo ineludible de la asunción de una vida erótica manifestada en las Venus que se nos muestran. De esta manera, espiritualidad y erotismo, ligados de forma inextricable acercan La cueva de los sueños olvidados a las teorías de Bataille sobre la vida prehistóricaEn este afán de reconstrucción, utilizando a los cocodrilos albinos del post scriptum como figura metafórica de nosotros mismos como producto de la evolución, todo aquello que ha sido digerido por el tiempo mantendrá su capacidad de seducción en cuanto nos delimita como un ser atávico que siempre ha plasmado en las imágenes el carácter hechizante y enigmático de nuestra relación con el mundo. En esas sombras forjamos nuestros ritos y nuestra imaginación: la prehistoria como un estudio del hombre para seguir elaborando historias donde lo intangible, tejido por las huellas crípticas del misterio, se mantiene vivo con una inalterable combustión.

miércoles, 2 de enero de 2013

Así será 2013

                                                                                    por: Ignacio Ramonet

Después de haber sobrevivido –el pasado 21 de diciembre– al anunciado fin del mundo, nos queda ahora tratar de prever –con razonamientos prudentes pero más cartesianos– nuestro futuro inmediato, basándonos en los principios de la geopolítica, una disciplina que permite comprender el juego general de las potencias y evaluar los principales riesgos y peligros. Para anticipar, como en unos tableros de ajedrez, los movimientos de cada potencial adversario. Si contemplamos, en este principio de año, un mapa del planeta, inmediatamente observamos varios puntos con luces rojas encendidas. Cuatro de ellos presentan altos niveles de peligro: Europa, América Latina, Oriente Próximo y Asia. En la Unión Europea (UE), el año 2013 será el peor desde que empezó la crisis. La austeridad como credo único y los hachazos al Estado de bienestar continuarán porque así lo exige Alemania que, por primera vez en la historia, domina Europa y la dirige con mano de hierro. Berlín no aceptará ningún cambio hasta los comicios del próximo 22 de septiembre en los que la canciller Angela Merkel podría ser elegida para un tercer mandato. En España, las tensiones políticas aumentarán a medida que la Generalitat de Catalunya vaya precisando los términos de la consulta a los catalanes sobre el futuro de esa comunidad autónoma. Proceso que, desde Euskadi, los nacionalistas vascos seguirán con el mayor interés. En cuanto a la situación de la economía, ya pésima, va a depender de lo que ocurra... en Italia en las próximas elecciones (el 24 de febrero). Y de las reacciones de los mercados ante una eventual victoria de los amigos del conservador Mario Monti (que cuenta con el apoyo de Berlín y del Vaticano) o del candidato de centroizquierda Pier Luigi Bersani, mejor colocado en las encuestas. También dependerá de las condiciones (sin duda brutales) que exigirá Bruselas por el rescate que Mariano Rajoy acabará pidiendo. Sin hablar de las protestas que siguen extendiéndose como reguero de gasolina y que acabarán por dar con algún fósforo encendido... Podrían producirse explosiones en cualquiera de las sociedades de la Europa del sur (Grecia, Portugal, Italia, España) exasperadas por los matraqueos sociales permanentes. La UE no saldrá del túnel en 2013, y todo podría empeorar si, además, los mercados decidieran cebarse (como los neoliberales les están incitando a hacerlo) (1) con la Francia del muy moderado socialista François Hollande. En América Latina, el año 2013 también está lleno de desafíos. En primer lugar en Venezuela, país que desde 1999 representa un papel motor en los cambios progresistas de todo el subcontinente. La imprevista recaída del presidente Hugo Chávez –reelegido el pasado 7 de octubre– crea incertidumbre. Aunque el dirigente se está restableciendo de su nueva operación contra el cáncer, no pueden descartarse nuevas elecciones presidenciales en febrero próximo. Designado por Chávez, el candidato de la revolución bolivariana sería el actual vicepresidente (equivalente a primer ministro) Nicolás Maduro, un líder muy sólido con todas las cualidades, humanas y políticas, para imponerse. También habrá elecciones, el 17 de febrero, en Ecuador: la reelección del presidente Rafael Correa, otro dirigente latinoamericano fundamental, ofrece pocas dudas. Importantes comicios asimismo, el 10 de noviembre, en Honduras donde, el 28 de junio de 2009, fue derrocado Manuel Zelaya. Su sucesor, Porfirio Lobo, no puede postularse para un segundo mandato consecutivo. En cambio, el Tribunal Supremo Electoral ha autorizado la inscripción del partido Libertad y Refundación (LIBRE), liderado por el ex presidente Zelaya, que presenta, como candidata, a su esposa y ex primera dama, Xiomara Castro. Importantes elecciones igualmente en Chile, el 17 de noviembre. Aquí, la impopularidad actual del presidente conservador Sebastián Piñera ofrece posibilidades de victoria a la socialista Michelle Bachelet. La atención internacional también se fijará en Cuba. Por dos razones. Porque continúan en La Habana las conversaciones entre el Gobierno colombiano y los insurgentes de las FARC para tratar de poner fin al último conflicto armado de América Latina. Y porque se esperan decisiones de Washington. En los comicios estadounidenses del pasado 6 de noviembre, Barack Obama ganó en Florida; obtuvo el 75% del voto hispano y –muy importante– el 53% del voto cubano. Unos resultados que le dan al Presidente, en su último mandato, un amplio margen de maniobra para avanzar hacia el fin del bloqueo económico y comercial de la isla. Donde nada parece avanzar es, una vez más, en el Cercano Oriente. Ahí se encuentra el actual foco perturbador del mundo. Las revueltas de la “primavera árabe” consiguieron derrocar a varios dictadores locales: Ben Alí en Túnez, Mubarak en Egipto, Gadafi en Libia y Saleh en Yemen. Pero las elecciones libres permitieron que partidos islamistas de corte reaccionario (Hermanos Musulmanes) acaparasen el poder. Ahora quieren, como lo estamos viendo en Egipto, conservarlo a toda costa. Para consternación de la población laica que, por haber sido la primera en sublevarse, se niega a aceptar esa nueva forma de autoritarismo. Idéntico problema en Túnez. Después de haber seguido con interés las explosiones de libertad de la primavera 2011 en esta región, las sociedades europeas se están de nuevo desinteresando de lo que allí ocurre. Por demasiado complicado. Un ejemplo: la inextricable guerra civil en Siria. Ahí, lo que está claro es que las grandes potencias occidentales (Estados Unidos, Reino Unido, Francia), aliadas a Arabia Saudí, Qatar y Turquía, han decidido apoyar (con dinero, armas e instructores) a la insurgencia islamista suní. Ésta, en los diferentes frentes, no cesa de ganar terreno. ¿Cuánto tiempo resistirá el Gobierno de Bachar El Asad? Su suerte parece echada. Rusia y China, sus aliados diplomáticos, no darán luz verde en la ONU a un ataque de la OTAN como en Libia en 2011. Pero tanto Moscú como Pekín consideran que la situación del régimen de Damasco es militarmente irreversible, y han empezado a negociar con Washington una salida al conflicto que preserve sus intereses. Frente al “eje chií” (Hezbolá libanés, Siria, Irán), Estados Unidos ha constituido en esa región un amplio “eje suní” (desde Turquía y Arabia Saudí hasta Marruecos pasando por El Cairo, Trípoli y Túnez). Objetivo: derrocar a Bachar El Asad –y despojar así a Teherán de su gran aliado regional– antes de la próxima primavera. ¿Por qué? Porque el 14 de junio tienen lugar, en Irán, las elecciones presidenciales (2). A las cuales Mahmud Ahmadinejad, el actual mandatario, no puede presentarse pues la Constitución no permite ejercer más de dos mandatos. O sea que, durante el próximo semestre, Irán se hallará immerso en violentas pugnas electorales entre los partidarios de una línea dura frente a Wa­s­hington y los que defienden la vía de la negociación. Frente a esa situación iraní de cierto desgobierno, Israel en cambio estará en orden de marcha para un eventual ataque contra las instalaciones nucleares persas (3). En el Estado judío, en efecto, las elecciones generales del 22 de enero verán probablemente la victoria de la coalición ultraconservadora que reforzará al primer ministro Benjamín Netanyahu, partidario de bombardear cuanto antes Irán. Ese ataque no puede llevarse a cabo sin la participación militar de Estados Unidos. ¿Lo aceptará Washington? Es poco probable. Barack Obama, que toma posesión el 21 de enero, se siente más seguro después de su reelección. Sabe que la inmensa mayoría de la opinión pública estadounidense (4) no desea más guerras. El frente de Afganistán sigue abierto. El de Siria también. Y otro podría abrirse en el norte de Malí. El nuevo secretario de Estado, John Kerry, tendrá la delicada misión de calmar al aliado israelí. Entretanto Obama mira hacia Asia, zona prioritaria desde que Washington decidió la reorientación estratégica de su política exterior. Estados Unidos trata de frenar allí la expansión de China cercándola de bases militares y apoyándose en sus socios tradicionales: Japón, ­Corea del Sur, Taiwán. Es significativo que el primer viaje de Barack Obama, depués de su ­reelección el pasado 6 de noviembre, haya sido a Birmania, Camboya y Tailandia, tres ­Estados de la Asociación de ­Naciones del Sudeste de Asia (ASEAN). Una organización que reúne a los aliados de Wa­shington en la región y la mayoría de cuyos miembros tienen problemas de límites marítimos con Pekín. Los mares de China, que designará a Xi Jinping presidente en marzo próximo, se han convertido en las zonas de mayor potencial de conflicto armado del área Asia-Pacífico. Las tensiones de Pekín con Tokio, a propósito de la soberanía de las islas Senkaku (Diaoyú para los chinos), podrían agravarse después de la victoria electoral, el pasado 16 de diciembre, del Partido Liberal-Demócrata (PLD) cuyo líder y nuevo primer ministro, Shinzo Abe, es un “halcón” nacionalista, conocido por sus críticas hacia China. También la disputa con Vietnam sobre la propiedad de las islas Spratley está subiendo peligrosamente de tono. Sobre todo después de que las autoridades vietnamitas colocaran oficialmente, en junio pasado, el archipiélago bajo su soberanía. China está modernizando a toda marcha su Armada. El pasado 25 de septiembre lanzó su primer portaaviones, el Liaoning, con la intención de intimidar a sus vecinos. Pekín soporta cada vez menos la presencia militar de Estados Unidos en Asia. Entre los dos gigantes, se está instalando una peligrosa “desconfianza estratégica” (5) que, sin lugar a dudas, va a marcar la política internacional del siglo XXI.

                                                            Le Monde Diplomatique, Nº: 207 Enero 2013.
 (1) Léase el dossier “France and the euro. The time-bomb at the heart of Europe”, The Economist, Londres, 17 de noviembre de 2012. (2) En Irán, el presidente no es el jefe de Estado. El jefe de Estado es el Guía Supremo, elegido de por vida, y cuya función ejerce actualmente Alí Jamenei. (3) Léase, Ignacio Ramonet, “El año de todos los peligros”, Le Monde diplomatique en español, febrero 2012. (4) The New York Times, Nueva York, 12 de noviembre de 2012. (5) Léase Wang Jisi y Kenneth G. Lieberthal, “Adressing U.S.-China Strategic Distrust”, Broo­kings Institution, 30 de marzo de 2012. www.brookings.edu/research/papers/2012/03/30-us-china-lieberthal