lunes, 14 de enero de 2013

Werner Herzog, La cueva de los sueños olvidados (2010)

copiar el link:         http://youtu.be/4T24Dkt_S_M

En manos de Herzog el documental se distancia de su funcionalidad desveladora para erigirse en una reflexión ensayística sobre la condición humana y su primario impulso espiritual, la génesis de la cultura y el valor de la historia como objeto de conocimiento. 
La autoría de Herzog se manifiesta en este gesto en el que trasciende el material de base divulgativo y científico para erigir hipótesis como, por ejemplo, fundar la génesis del cine en el sistema primigenio de representación plasmado a través de las pinturas rupestres. Aquellos primigenios artistas, al pintar los animales aprovechando las estrías y rugosidades de la pared donde trazaban las figuraciones animales, parecen indicar la búsqueda de movimiento con el juego de luces y sombras generadas por las antorchas, instrumentos necesarios para poder realizar su trabajo en el espacio angosto y oscuro. Como dice el propio autor, lo visto le sugiere una forma de protocine, como cuadros de una película animada. De esta manera, libera a la imagen histórica de su raigambre factual y nos hace sumergirnos más en la cueva de Platón que en una cueva con restos del paleolítico. Sin quebrantar la preceptiva normativa documental, y, por tanto, sujeta a una estructura expositiva con finalidad didáctica, en estos enclaves regresivos en los que se ve sumido el cine más inmediato, La cueva de los sueños olvidados recupera el acto poético de la obra de Flaherty, donde, como él, Herzog integra la sensibilidad humanista y romántica a la retórica documental.
Si bien es cierto que el documental se apoya en el comentario, en la palabra hablada como fuente principal del significado, no obstante, en ese aliento de mantener insoslayable el misterio del flash congelado en el tiempo, será la música de Ernst Reijseger la que tenga un papel destacado como configuradora del aura tenebrosa de lo arcano. Será la música grave y solemne con coros, siguiendo la tradición del cine fantástico-metafísico, la que dibuje la temporalidad del discurso embargado en las brumas. La música como alianza exaltadora subjetiviza la imagen para que nos aterciopele en los susurros de la naturaleza y de la evolución humana. Por eso, cuando están dentro de la gruta y se pide silencio, Herzog lo rompe con la inserción de la música porque busca con ella un símbolo sonoro del ciclo respiratorio ondulante, el del paso del tiempo. Una transcripción presente a lo largo de todo el film mediante los paisajes envolventes que construye con el lirismo hímnico de la música.Tal como se dice en el documental, la cueva se transforma con su capacidad de asombro en un mundo encantado de imaginación. En ese espacio alegórico bajo los ojos del realizador no podemos olvidar al Homo spiritualis, ya que el lugar de ritos y de ceremonias que era la cueva para nuestros ancestros de hace 32.000 años dota a la figuración animal y femenina de un carácter mágico derivado de una palpable conciencia de la muerte (sus señas como santuario así lo evidencian), como de un signo ineludible de la asunción de una vida erótica manifestada en las Venus que se nos muestran. De esta manera, espiritualidad y erotismo, ligados de forma inextricable acercan La cueva de los sueños olvidados a las teorías de Bataille sobre la vida prehistóricaEn este afán de reconstrucción, utilizando a los cocodrilos albinos del post scriptum como figura metafórica de nosotros mismos como producto de la evolución, todo aquello que ha sido digerido por el tiempo mantendrá su capacidad de seducción en cuanto nos delimita como un ser atávico que siempre ha plasmado en las imágenes el carácter hechizante y enigmático de nuestra relación con el mundo. En esas sombras forjamos nuestros ritos y nuestra imaginación: la prehistoria como un estudio del hombre para seguir elaborando historias donde lo intangible, tejido por las huellas crípticas del misterio, se mantiene vivo con una inalterable combustión.

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