lunes, 4 de octubre de 2010
Sólo por exceso de intelectualismo se fija el sentimiento en un objeto y se interpreta toda emoción como la repercusión en la sensibilidad de una representación intelectual.
En todo tiempo hombres y mujeres han debido inspirarse algo distinto del deseo, que sin embargo quedaba cercano y como adherido a él, paerticipandoa la vez del sentimiento y de la sensación.
La familia monogámica, triunfo de la propiedad privada es uno de los síntomas de la civilización. Se funda en el predominio del hombre; su fin es el de procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible; porque los hijos, en calidad de herederos directos, recibirán la posesión de los bienes de su padre. No se basa en condiciones naturales, sino económicas.
Los Antiguos hablaron ya de las ilusiones del amor, pero entonces la ilusión se relacionaba con los sentidos y la correspondiente percepción de la figura del objeto deseado - mujer amada, a su tamaño, su andar, su carácter. La ilusión se refiere únicamente a las cualidades del objeto amado - deseado, y no, como la ilusión moderna: a lo que puede esperarse el amor.
El amor romántico, surgió en la Edad Media, el día en que se creyó absorber el amor natural en un sentimiento sobrenatural, en la emoción religiosa tal como el cristianismo la había creado y lanzado al mundo. El amor plagió la mística, copiando su fervor, sus impulsos, sus extásis.
Por otra parte, cuanto más se acerca el amor a la adoración, más grande es la desproporción entre la emoción y el objeto.
Entre la antigua ilusión y la que nosotros le hemos sobrepuesto, hay la misma diferencia que entre el sentimiento primitivo que emana del objeto deseado, y la emoción religiosa, que viene de afuera a cubrirlo y sobrepasarlo.
El márgen dejado a la decepción es ahora enorme, porque es el espacio entre lo divino y lo humano.
(Reflexión sugerida por Federico Engels)
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