sábado, 28 de agosto de 2010

Conociendo algunos pensadores


Utopías Industriales
Henry de Saint-Simon (1759-1825), denominado en ocasiones “Padre de la Sociología”, apoyó su proyecto utópico en el reconocimiento de que la Sociedad y el Estado eran cosas distintas y se oponían. La Sociedad era espontánea y el Estado coercitivo: LibertadSujeción eran la base maniquea de su argumento. Las tensiones entre ambos principio eran parte de “la crisis de adolescencia” del la Sociedad Industrial. La Utopía de Saint-Simon estaba dirigida a que el Gobierno, la gestión del Estado, debía ser sustituido por la Administración, la gestión del Empresario. La Administración debía ser responsabilidad de los Productores y los Jefes Naturales de ese amplio sector, identificado con los Artesanos, eran los Industriales que actuaban como Vanguardia de la primera etapa del Capitalismo Industrial. Los Señores Obreros, como los denominaba, estaban en el deber de aceptar la situación y someterse a los Industriales. Solo bajo esas condiciones se resolvía la dicotomía LibertadSujeción, y se vencía el Desorden en nombre del Orden. Lejos del Anarquismo, la Administración Centralizada permanecía pero en otras manos. Se trata de un Racionalismo Burgués extremo que confía en los logros del Industrialismo y la Clase Social que se entronizó en el poder: la Burguesía Industrial.
 A pesar de la distancia,  la Utopía saint-simoniana posee numerosos paralelos con el Comunismo Científico o la Administración de la Cosas de Karl Marx o con el Tecno-Estado propio de la Globalización y la Era Post-Industrial
 
Charles Fourier (1772-1837)  enfrentó la contradicción entre  la Sociedad y el Estado mediante el recurso de la asociación mediante la unión de intereses. La unidad social privilegiada era el FalansterioCasa de las Falanges, una comuna autosuficiente de productoresconsumidores que ha sido parangonada con la metáfora del  hotel donde los huéspedes se encargan de producir los consumos del grupo de un modo racional y controlado. En el caso de Fourier, la protesta contra el Estado y la Administración Centralizada, favorece la fragmentación en unidades comunales pequeñas. El  Areópago, esfera superior a los Falansterios, no manda, instruye, vigila o coacciona a los demás: el poder central ha sido demolido anunciando la Anarquía. La Utopía de Fourier funciona como una Confederación de Comunas libres e iguales a favor de la descentralización y la autonomía local.
La Utopía de Fourier prefigura el empowerment postmoderno, la autogestión comunitaria e, incluso el protagonismo de la Sociedad Civil y es una fuente invaluable para el Socialismo FrancésAustro-Alemán, el Ruso y el Anarquismo. En Fourier como en Saint-Simon, la protesta contra el Estado Moderno producto del 1789, el Leviatán, es evidente.
En su conjunto, la Utopías Industriales, fueron respuestas a la Crisis Inminente de la Humanidad y alegatos en favor de una soñada Armonía Universal. Se proponían Suprimir la Contradicción Social mediante Mecanismos Racionales. La esperanza se depositaba en un sector de los Productores, ya fuesen  los Industriales, los Capitalistas, los Burgueses o los Artesanos. El camino a la Utopía se consideraba allanado por la Ciencia Aplicada, la Técnica y la Administración Racional.
Utopías Laborales y Obreras
Robert Owen (1771-1858) no es un teórico sino un reformista. En ese sentido, enfrenta la Crisis de la Sociedad Industrial, en términos prácticos. Su modelo utópico fueron Comunidades Agrarias pequeñas, organizadas sobre el “principio de la asociación de trabajo, de consumopropiedad, así como de iguales privilegios”. Lo que debía mantener unidas a las personas eran los “intereses mutuos y comunes”. Lo más interesante de todo esto fue que Owen no proponía nada parecido a la destrucción de la  propiedad privada o siquiera aspiraba sustituirla con la propiedad común. Se trataba de hacer posible el “goce mutuo” de los “bienes comunes”en un régimen de igualdad de derechos y facilidades.
El Mutualismo o el Comunitarismo, como se ha denominado ese sistema, contradecían igualmente al Universalismo que al Nacionalismo. Pero también atentaban contra el Individualismo y la canónica Libre Competencia. Mediante el Mutualismo o el Comunitarismo, Owen aspiraba superar la contradicción entre Estado y la Sociedad o entre Gobernantes-Gobernados. La meta era eliminar el poder de coacción del Estado y los Gobernantes mediante un movimiento que ascendía de la base –las Comunidades Agrarias- hacia la cúspide –el Estado-.
Owen es considerado el Padre del Cooperativismo y el Socialismo Moderado. En 1835 redactó la Asociación de Todas las Clases de Todas las Naciones conocida como Los Socialistas, cuya aspiración mayor era –como en Saint-Simon y Fourier- la Armonía entre ProductoresConsumidores. La Armonía en las Comunidades Agrarias pequeñas, producirá la Armonía en el Sistema. La tradición de Owen me parece evidente en ciertas propuestas del  Post-Socialismo y el Activismo Comunitario que endiosa la Sociedad Civil en el presente.
Por último, Pierre-Joseph Proudhoun (1809-1865), que fue la figura más influyente antes de Karl Marx, verbaliza la contradicción entre la Sociedad y el Estado antes aludida, en los conceptos ComunidadDemocracia. La solución a la solución a la misma es la Economía-Política o el Socialismo. De nuevo el Socialismo se identifica con la Administración Científica de ambas esferas. Proudhoun instituye la preponderancia del Principio Económico en la fundación de la Solidaridad Humana y le resta importancia al papel del Gobierno o de la Religión en ese fin, afirmando el carácter laico de las Utopías Modernas y distanciándolas todo lo más posible de los Paraísos Extraterrenales de las religiones.
Lo más relevante para la discusión de la Utopías en la Postmodernidad, es que Proudhoun se opone a que su propuesta se convierta en un Sistema,  un Programa, un Catecismo o un panfleto de instrucciones para la acción. Como Marx, el teórico acepta que el Socialismo es un desarrollo Natural del Sistema Industrial, es decir, del Progreso Universal. Pero el mismo será un producto del Trabajo Humano, no de Leyes Universales que actúen al margen de la humanidad (Filosofía del progreso, 1851). Proudhoun relativiza radicalmente las verdades históricas hasta el punto de sostener que “…todas las ideas son erróneas, es decir, contradictorias e irracionales, si se las toma en una acepción exclusiva y absoluta…” Desde esa perspectiva, Proudhoun está más allá de la Modernidad al afirmar que las conclusiones de la Filosofía y la Ciencia son contingentes.
Para Proudhoun, la Revolución es la Reforma de la Sociedad. Ante ese objetivo, el Estado siempre representará un problema: es la Cárcel de la Sociedad, empobrece la cultura social. De ello deriva su aspiración a limitar el poder del Estado como paso necesario en al camino hacia la Libertad, concepto que debe mucho al Estado Natural de J.J. Rousseau. La respuesta al Estado coercitivo es el Federalismo y el Comunalismo, espacio en donde predominan los valores mutuos y la reciprocidad. Pero esa situación no puede conseguirse en la Sociedad Industrial, dominada por el individualismo egoísta. El Industrial tiene que desaparecer abriendo paso a un orden en donde los trabajadores deben trabajar para ellos: “todos asociados y todos libres”. Las Asociaciones de Trabajadores o los Rebaños de Producción no deben estar sometidas a un Poder Central.  Visto en perspectiva, Proudhoun desecha la necesidad de algo parecido a una Dictadura del proletariado y se hubiese opuesto a un Congreso de los Soviets tal y como se configuró en la Rusia después de la Revolución de 1917.
Como se ha visto, esta también era una  respuestas a la Crisis Inminente de la Humanidad y un alegato a favor de la Armonía Universal pero la esperanza está puesta en otra Clase Social: los Obreros o los Trabajadores. Las Ciencias Sociales animan en la Historiografía un tipo novedoso de especulación que la enriquece y la prepara para las grandes crisis del siglo 20.


Nacionalismo y Anarquismo, Patria y Nacionalidad
  • Mijail Bakunin (1814-1876)
El Estado no es la patria; es la abstracción, la ficción metafísica, mística, política y jurídica de la patria. Las masas populares de todos los países aman profundamente a su patria, pero ese es un amor natural, real. El patriotismo del pueblo no es una idea, es un hecho. Y el patriotismo político, el amor al Estado, no es la expresión fiel de ese hecho: es una expresión distorsionada por medio da una abstracción falaz y simple en beneficio de una minoría explotadora.
La patria y la nacionalidad son, como la individualidad, hechos naturales y sociales, fisiológicos y al mismo tiempo históricos; ninguno de ellos es un principio. Sólo puede darse el nombre de prin­cipio humano a aquello que es universal y común a todos los hombres y la nacionalidad los separa; no es, por lo tanto, un principio. Sí es un principio el respeto que todos debemos tener por los hechos naturales, reales o sociales. Y la nacionalidad, como la individualidad, es uno de esos hechos. Debemos, pues, respetarla. Violarla es un delito, y cada vez que se encuentra amenazada o violada, digámoslo en el lenguaje de Mazzini, se convierte en un principio sagrado. De ahí que, sinceramente, siempre me sienta patriota de todas las patrias oprimidas.
La esencia de la nacionalidad. La patria representa el derecho irrebatible y sagrado de todo hombre, de todo grupo de hombres — asociaciones, comunidades, regiones, naciones—, de vivir, sentir, pensar, de crear y de actuar a su manera; y esa manera de vivir y de sentir es siempre el irrefutable resultado de un largo desarrollo histórico.
Nos inclinamos, pues, ante la tradición, ante la historia; mejor dicho, las reconocemos, no porque se nos presenten como barreras abstractas, erigidas metafísica, jurídica y políticamente por sabios intérpretes y profesores del pasado, sino tan sólo porque han pasado realmente a la carne y a la sangre, al pensamiento real y a la voluntad de las actuales poblaciones. Se nos dice que en tal o cual región —el cantón de Tessin, en Suiza, por ejemplo— pertenece evidentemente a la familia italiana: tiene el lenguaje, las costumbres y todo en común con el pueblo de Lombardía y por consiguiente debe convertirse en parte del Estado Italiano Unido.
Esta es una conclusión completamente falsa. Si existiera realmente una identidad sustancial entre el cantón de Tessin y Lombardía, sin duda aquel se le unirá espontáneamente. Si no lo hace, si no siente el menor deseo de ello, esto simplemente demostrará que la historia real —la cual se continúa de generación en generación en la vida real del pueblo del cantón de Tessin; la historia que provocó su rechazo a unirse a Lombardía— es algo totalmente diferente de la historia escrita en los libros.
Por otra parte, debería señalarse que la historia real de los individuos, así como la de los pueblos, no se da sólo por el desarrollo positivo sino muy a menudo también por la negación del pasado y la rebelión contra él; y ese es el derecho de la vida, el derecho inalienable de la generación actual, la garantía de su libertad.
Nacionalidad y solidaridad universal. No hay nada más absurdo y al mismo tiempo más perjudicial y funesto para el pueblo que sostener el falso principio de nacionalidad como, el ideal de todas sus aspiraciones. La nacionalidad no es un principio humano universal; es un hecho histórico, local, que, al igual que todos los hechos reales e inofensivos, tiene el derecho a exigir la aceptación general. Todo pueblo —por minúsculo que sea— tiene su propio carácter, su modo particular de vivir, de hablar, de sentir, de pensar y de actuar, y es esa idiosincrasia la que constituye la esencia de la nacionalidad, la cual deriva de toda la vida histórica y de la suma total de las condiciones de vida de ese pueblo.
Todo pueblo, como toda persona, sólo puede ser lo que es, e incuestionablemente tiene este derecho. Esto resume el así llamado derecho nacional. Pero si un pueblo o una persona existen de un cierto modo y no pueden existir de otro, no se deduce en absoluto de eso que tengan el derecho —ni que sea beneficioso para ellos— de erigir la nacionalidad en un caso, o la individualidad en el otro, como principios exclusivos. Por el contrario, cuando menos se ocupen de sí mismos y más imbuidos estén de los valores humanos universales, más se revitalizarán y obtendrán un sentido interno de la nacionalidad, en un caso, y de la individualidad, en el otro.
La responsabilidad histórica de cada Nación. La dignidad de toda Nación, como de todo individuo, debe consistir, principalmente, en que cada uno acepte la plena responsabilidad de sus actos, sin tratar de desplazarla a otros. ¿No son acaso muy tontas las lamentaciones de un adulto que se queja con lágrimas en los ojos de que alguien lo ha corrompido y puesto en el mal camino? Y lo que resulta impropio en el caso de un adulto está sin duda fuera de lugar en el caso de una nación, cuyo mismo sentimiento de autorrespeto debería anular cualquier intento de traspasar a otros la vergüenza por sus propios errores.
Patriotismo y justicia universal. Cada uno de nosotros debe elevarse por encima del mezquino, del pequeño patriotismo, para el cual el propio país es el centro del mundo, juzgándose grande en la medida en que se hace temer por sus vecinos.  Debemos colocar la justicia humana y universal por sobre todos los intereses nacionales y abandonar de una vez para siempre el falso principio de nacionalidad, inventado recientemente por los déspotas de Francia, Rusia y Prusia, con el propósito de aplastar el principio soberano de la libertad. La nacionalidad no es un principio; es un hecho legítimo, así como lo es la individualidad. Toda nacionalidad, grande o pequeña, posee el incontestable derecho a ser ella misma, a vivir de acuerdo con su propia naturaleza. Ese derecho es simplemente el corolario del principio general de la libertad.
Todo aquel que desee sinceramente la paz y la justicia internacional, debe renunciar definitivamente a lo que es llamado “la gloria, el poder y la grandeza de la patria”, debe renunciar a todos los intereses vanos y egoístas del patriotismo.
Comentario:
Bakunin establece que Estado y Patria no son equiparables. El Estado es la abstracción de la Patria. Su argumento es que la Patria, como la Nacionalidad, es un hecho natural e histórico, pero el Estado es un artefacto artificial e histórico.
Bakunin define  la Nacionalidad como una individualidad colectiva producto de un largo desarrollo histórico en donde la afirmación del pasado o la negación del pasado actúan. Confirma además que la historia escrita en los libros y la historia real o vivida por la gente, no siempre coinciden.
La Nacionalidad no niega la solidaridad universal. Aceptar la Nacionalidad no puede desembocar en el rechazo de las otras Nacionalidades. No hay una que sea superior a la otra: simplemente son distintas. Ello conduciría a un  “falso principio de nacionalidad” que dividiría a la humanidad y que autorizaría el dominio de una Nacionalidad sobre las demás.  Bakunin sugiere la necesidad del Pluralismo en ese aspecto. A lo que se debe renunciar es solo al patriotismo egoísta.

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