miércoles, 29 de septiembre de 2010
La Regeneración periódica de la Naturaleza
A Demeter de hermosa cabellera, venerada diosa, comienzo a cantar; a ella y a su hija Perséfone, que fue raptada por concesión de Zeus mientras jugaba con las hijas del Océano y recogía flores en un blando prado, a saber: rosas, azafrán, hermosas violetas, espadillas, jacintos y aquel narciso, ella admirada tendió los brazos para recoger el hermoso fruto de la naturaleza; pero entonces se abrió la tierra y surgió Plutón, hijo famoso de Cronos, llevado por sus corceles inmortales. Y arrebatándola se la llevó en su carro de oro mientras lloraba y gritaba. Pero ninguno de los inmortales ni de los mortales hombres escuchó su voz, solamente la oyeron la hija de Perseo, Hécate y el Soberano Sol.
Demeter sintió que un agudo dolor le traspasaba el corazón, destrozó con su mano la cinta que le ataba el cabello, colocó un manto sobre sus hombros, y salió presurosa, a indagar por tierra y por mar. Pero ninguno de los dioses ni de los mortales hombres quiso revelarle la verdad. Durante nueve días vagó por la tierra. Cuando apareció por décima vez la resplandeciente Aurora, salió a su encuentro Hécate con una luz en la mano y para darle noticias le dirigió la palabra: "Venerada Demeter que nos traes los frutos a su tiempo y nos haces esplendidos dones ¿quién te robó a Perséfone? Oí sus gritos pero no vi quien fue el raptor."
Sin contestar con palabras se echó a correr hasta que llegó al sol, entonces se detuvo y preguntó: Tú que con tus rayos contempas desde el divino éter toda la tierra dime ¿en alguna parte viste a mi hija amada, cual de los dioses o de los mortales se la ha llevado contra su voluntad y durante mi ausencia?
El Sol repondió: "Tú lo sabrás, pues te venero y me apiado de ti, ninguno de los inmortales es culpable sino Zeus, que se la dió a Plutón, su hermano, para que la tomara como esposa. Éste raptándola se la llevó en su carro a la oscuridad tenebrosa. Cese tu llanto, pués no es yerno indigno de ti."
Demeter irritada contra Zeus se fue hacia las ciudades y los campos cultivados, afeando su figura durante mucho tiempo. Ninguno de los hombres ni de las mujeres la reconoció al contemplarla. Llegó a la morada del belicoso Celeo y afligída en su corazón se sentó junto al camino. Parecía una vieja que ya no es apta para dar a luz ni para gozar de los presentes de Afrodita.
Las cuatro hijas de Celeo la vieron sin reconocerla y acercandose le dijeron: "¿Quien y de dónde eres?"
La respuesta errática y desesperada acongojó a la mujeres: "Lo que nos deparan los dioses hemos de sufrirlo necesariamente."
sábado, 18 de septiembre de 2010
Cine e Historia (La Edad de Oro)
LA LIBERTAD DE CREACIÓN: sobre la "Edad de Oro", Luis Buñuel, 1930.
El texto sobre La Edad de Oro tiene su propia historia. El 3 de noviembre de 1930, un comando integrado por la Liga Antijudía y la Liga de los Patriotas ocupa en París el cine Studio 28, donde se proyectaba L'Áge d'Or, causando diversos desperfectos. El episodio, que luego fuera apoyado por un sector de la prensa local, llevó a que una semana después el film quedara prohibido.
León Moussinac y Henry Miller fueron dos de los intelectuales destacados que protestaron públicamente contra la prohibición. El grupo surrealista se unió a esa protesta con un Manifiesto que llevaba trece firmas. La versión reproducida fue sacada de la revista Nuestro Cine (n.0 86, Madrid, junio de 1969) donde aparece la constancia: «Se trata de la versión íntegra con excepción de un par de párrafos de cuatro líneas.»
Manifiesto de los surrealistas a propósito de «La Edad de Oro»
Máxime Alexandre/Louis Aragon/André Breton/René Cre-vel/René Char/Salvador Dalí/Paul Éluard/Benjamin Péret/Georges Sadoul/André Thirion/Tristan Tzara/Pierre Unik/Albert Valentín
El miércoles, día 12 de noviembre de 1930 y días siguientes, ante el cotidiano ocupar una butaca en una sala de espectáculos por varias centenas de personas arrastradas hasta allí por muy diversas aspiraciones, sumamente contradictorias, que van como en una escala más vasta de las mejores a las peores, personas que, por lo general, no tienen ningún conocimiento recíproco entre ellas mismas, y que, incluso, desde el punto de vista social, tienen lo mínimo que ver las unas respecto de las otras, pero que, en aquel momento, lo quisieran o no lo quisieran, se encontraron conjuradas por virtud de la oscuridad, por ese alineamiento insensible y esa hora que para todos es siempre la misma, para transformar en una derrota o en una victoria —con La Edad de Oro, de Buñuel— a uno de los supremos programas de reivindicación que jamás se hayan propuesto a la conciencia humana, ocuparon su lugar de jueces tal vez mejor que para abandonarse a la delicia de ver por fin transgredidas en el mayor grado posible esas infames y decepcionantes leyes que pretenden hacer pasar por inofensiva una obra de arte cuando bajo ella hay un grito y frente a ella, con la ayuda de la hipocresía, se esfuerzan en no reconocer bajo el nombre de belleza más que a las mordazas, ocuparon su lugar para mesurar, con algún rigor, la envergadura de este ave de rapiña hoy por completo inesperada en ese cielo que baja, en el cielo occidental: La Edad de Oro.
El instinto sexual y el instinto de la muerte
Probablemente sería muy poco el pedir a los artistas de hoy que se atengan a la constatación, por lo demás genial, que la energía sublimada que en ellos se incuba continúe librándoles, atados de pies y manos, del orden de cosas existente, y que no haga, a través de ellos, más víctimas que a ellos mismos. Pensamos que su deber más elemental es someter la actividad que resulta de esta sublimación, de origen misterioso, a una aguda crítica, y no recular jamás ante ningún aparente exceso; especialmente desde el momento en que se trata de desatar esa mordaza de la que antes hablamos. Entregarse, con todo el cinismo que tal empresa lleva consigo, a la pérdida de uno mismo y a la afirmación de todas las tendencias ocultas de las que las resultantes artísticas sólo son un aspecto bastante frivolo, es algo que debe no sólo permitírseles, sino exigírseles. Sólo pueden formar parte de ellos quienes, más allá de la sublimación de que son objeto y que sería imposible llevar a cabo sin un misticismo naturalizado, propugnan al juicio científico otro término, una vez tenida en cuenta por ellos tal sublimación. No es mucho esperar del artista actual que sepa a qué maquinación fundamental debe el hecho de ser tal artista, y no se puede dar acta de su pretensión a serlo más que cuando esté perfectamente seguro de que ha tomado conciencia de esta maquinación.
Pero el examen desinteresado de las condiciones en las que se resuelve —tiende a resolverse— el problema, nos enseña que el artista Buñuel, por ejemplo, no llega a serlo, sino por mediación de una serie de combates que libran, en la lejanía, dos instintos que, no obstante, se encuentran indisolublemente asociados en el hombre: el instinto sexual y el instinto de muerte.
Dado que la actitud hostil universalmente adoptada en relación con el segundo de estos instintos no difiere en cada hombre más que en su aplicación, dado que, por otro lado, son razones puramente económicas las que se oponen en la sociedad burguesa actual, se nos hace evidente el hecho de que aquella actitud beneficia a satisfacciones sumamente parciales; igualmente es sabido que la actitud amorosa, con todo el egoísmo que supone y las posibilidades de realización —mucho más apreciables— que lleva consigo, es la que de los dos instintos citados logra soportar mejor la luz del espíritu. De ahí el miserable gusto por el refugio que halaga al arte desde hace siglos, de ahí la tolerancia de que hace gala respecto de todo cuanto, a cambio de no se sabe qué sollozos y rechinamientos de dientes, ayuda a llevar a esta actitud amorosa por encima de todo.
Dialécticamente, no es menos cierto que una de estas actitudes no puede humanamente valer si no es en función de la otra, por lo que ambos instintos de conservación tienden a restablecer un cierto estado que fue turbado por la aparición de la vida, y que se equilibra en todo hombre de una manera perfecta, no siendo más que a causa de la cobardía social por lo que el anti-Eros, a expensas del Eros, se esfuerza por salir a la luz del día. Tampoco es menos cierto que la violencia con que vemos la pasión amorosa animada en un ser, nos permite juzgar su capacidad de negativa y de respuesta, y —mediante ella— podemos, al margen de las inhibiciones pasajeras, discernir si hay en el artista la posibilidad de algo más que un papel de síntoma desde el punto de vista revolucionario.
Que por una vez, y éste es el caso, esta pasión amorosa se sienta esclarecida sobre su propia determinación, que se erice de espinas chorreando gotas de la sangre de aquello que se quiere amar y que, a veces, se ama, que se introduzca en ella ese frenesí tan difamado fuera del cual nosotros, surrealistas, nos negamos a dar por válida ninguna expresión artística, y conoceremos el nuevo y dramático límite del compromiso por el que todo hombre pasa y por el cual consiente en pasar al aceptar escribir o pintar sin una más amplia información, y siendo ésta más amplia información una edad de oro.
Es la mitología lo que cambia
En el momento más propicio para la investigación psicoanalítica tendente a determinar el origen y la formación de los mitos morales, creemos posible, por simple inducción y al margen de toda precisión científica, llegar a la conclusión de que es posible la existencia de un criterio que se desprende, de manera precisa, de todo cuanto puede sintetizarse en las aspiraciones del pensamiento surrealista en general, y que sería el resultado, desde el punto de vista biológico, de la actitud contraria a aquella que permite admitir la existencia de diversos mitos morales como supervivencia de tabúes primitivos. En completa oposición con esta supervivencia, nosotros creemos (por paradójico que pueda parecer) que es en el dominio de lo que se acostumbra a reducir a los límites (!) de lo congénito donde es realmente posible una hipótesis depreciativa de tales mitos, hipótesis según la cual las adivinaciones y mitificaciones de ciertas representaciones fetichistas con significado moral (como, por ejemplo, las de la maternidad y la vejez), son un producto que, por su relación con el mundo afectivo al mismo tiempo que por su mecanismo de objetización y de proyección al exterior, puede considerarse como un caso, seguramente muy complejo, de transferencia colectiva, dentro del cual el papel desmoralizador corresponde a un potente y profundo sentimiento de ambivalencia. Las posibilidades psicológicas de aniquilación, con frecuencia completa, de un vasto sistema mítico coexisten con la no menos frecuente posibilidad de reencontrar en tiempos ulteriores, mediante un proceso de regresión, a mitos arcaicos ya existentes. Esto significa, por un lado, la afirmación de algunas constantes simbólicas del pensamiento inconsciente, y, por otro lado, el hecho de que este pensamiento es independiente de todo sistema mítico. Todo se reduce a una cuestión de lenguaje: mediante el lenguaje inconsciente podemos reencontrar un mito, pero somos perfectamente conscientes de que todas las mitologías cambian y que una nueva hambre psicológica con tendencia paranoica sobrepasa nuestros sentimientos con frecuencia miserables.
No hay que fiarse de la ilusión resultante de la falta de comparación, ilusión parecida a la ilusión de la marcha del tren parado cuando otro tren pasa ante la ventanilla del vagón y, en el caso ético, parecida a la de la traslación de los hechos hacia el mal: todo ocurre como si, contrariamente a la realidad, lo que cambiase no fuesen los acontecimientos, sino, más gravemente, la mitología.
En las próximas mitologías morales ocuparán un lugar, de manera usual, reproducciones escultóricas de diversas alegorías, entre las que hay que contar como más ejemplares la de una pareja de ciegos devorándose mutuamente y la de un adolescente de mirada nostálgica «escupiendo por puro placer sobre el retrato de su madre».
El don de la violencia
Librando la más encarnizada lucha contra todos los artificios, ya sean sutiles, ya sean groseros, la violencia, en este film, limpia a la soledad de todo cuanto se atavía con ella. En la soledad, cada objeto, cada ser, cada hábito, cada convención y también cada imagen, premeditan el retorno a su realidad sin devenir; el retorno al carecer de cualquier secreto, al poder ser definido tranquilamente, inútilmente, por la atmósfera que crea. Pero he aquí que el espíritu que no acepta se queda solo y quiere vengarse de todo cuanto se apodera del mundo que le ha sido impuesto. En sus manos, arena, fuego, agua, plumas; en sus manos, el árido goce la privación; en sus ojos, la cólera; en sus manos, la violencia. Después de haber sido víctima durante tan largo tiempo de todos los trastornos posibles, el hombre responde a la calma que le cubre de ceniza.
Rompe, impone, aterroriza, saquea. Las puertas del amor y del odio están abiertas y dan paso a la violencia. Inhumana, pone en pie al hombre y no recoge, de este depósito sobre la tierra, la posibilidad de un fin.
El hombre sale de su refugio y, cara a cara con la vana disposición de los encantos y los desencantos, se enerva con la fuerza de su delirio. ¡Qué importa la debilidad de sus brazos si su propia cabeza está sometida a la rabia que le conmueve!
El amor y el extravío
No estamos lejos del día en que veremos, a pesar de todas las escorias y desgarros que nos muerden como un ácido, en la base de esta actividad liberadora o tenebrosa, el ensayo de una vida más limpia dentro del corazón de ese mecanismo por el que la ignorancia industrializa las ciudades, que el amor es lo único que queda más allá de los límites imaginables, dominando las profundidades del viento, los filones de diamantes, las construcciones del espíritu y la lógica de la carne.
El problema de la quiebra de los sentimientos, íntimamente vinculado con el del capitalismo, no ha sido resuelto todavía. Se puede observar en todos los campos una búsqueda de nuevas convenciones que nos ayuden a vivir hasta el momento en que se llegue a una liberación aún ilusoria. En este sentido, el psicoanálisis ha creado, más que ninguna otra cosa, prejuicios, ya que dentro de él el amor ha permanecido al margen de las manifestaciones que lo acompañan. El mérito de La Edad de Oro radica en haber mostrado la irrealidad y la insuficiencia de semejante concepción. Buñuel formula una hipótesis sobre la revolución y el amor que afecta a lo más profundo de la naturaleza humana, a través del más patético de los debates, y fija, por medio de una profusión de bienhechoras crueldades, ese momento único en el que, con los labios apretados, se sigue la voz más lejana, más presente, más lenta y más apremiante, hasta el alarido ensordecedor que apenas si puede ser oído: AMOR... AMOR... amor... amor...
Nos parece inútil añadir que uno de los puntos culminantes de la purera de este film, está cristalizado en la visión de la heroína en los gabinetes, en la que la potencia del espíritu consigue sublimar una situación generalmente barroca en un elemento poético de la más pura nobleza y soledad.
Situación en el tiempo
Ya no sirve de nada el que algo puro e inatacable sea la expresión de lo que un hombre lleva dentro de sí de más puro e inatacable, porque, haga lo que haga, hagamos lo que hagamos, para aislar su obra de la injuria y del equívoco —y entendemos que el peor equívoco y la peor injuria residen en el desvío de este pensamiento en provecho de otro sin la menor medida común con el primero—, haga lo que haga, repetimos, es en vano. En el momento actual todo parece indiferentemente utilizable para fines que hemos denunciado y reprochado sin cesar. Por ejemplo, hemos leído en Les Annales una declaración en la que el más ínfimo de los payasos dedica delirantes comentarios a Un perro andaluz (Un chien andalou (1929), de Luis Buñuel –cortometraje-). auto-autorizándose, en virtud de su admiración, para descubrir una identidad entre la inspiración de este film y su propia poesía. Sin embargo, la confusión no es, de ningún modo, posible. Pero por muchas cercas que pongamos rodeando a un terreno, y le creamos ya suficientemente protegido, veremos enseguida cómo la inmundicia lo invade. Pese a que tan sólo basta con que un libro, un cuadro o un film, contengan sus propios medios de agresión para derrumbar a las estafas, seguimos pensando, a pesar
es una precaución como cualquier otra y, en este plano, nada le falta a La Edad de Oro para frustrar cualquier espera y encontrar cómodamente su propio pasto. Si el espíritu de escándalo que Buñuel manifiesta en su obra no por un capricho deliberado, sino por razones que, de un lado, le son personales y que implican, de otro lado, la voluntad de prescindir para siempre de los curiosos, de los amateurs, de los burlones, de los exegetas que aprovecharán la ocasión para ejercer su mayor o menor capacidad para discurrir, si este espíritu ha fructificado aunque sólo sea en esto, ello sólo bastaría para justificar esta obra de Buñuel por encima de cualquier otra ambición que ella posea. Corresponde a los profesionales de la crítica preguntarse, a propósito de este film, las cuestiones relativas al guión, a la técnica, a la intervención de la palabra. Pero que no esperen que nosotros les proporcionemos argumentos destinados a alimentar su debate sobre la oportunidad del silencio o del sonido, manteniendo, de esta forma, con ellos una vana querella, del mismo orden de la del verso libre o del clásico. Y, en verdad, este problema no es el que directamente aborda Buñuel; por otra parte, ¿puede hablarse de problema respecto de un film en el que nada, de todo cuanto nos agita, es eludido? De los interminables rollos de celuloide expuestos hasta hoy a nuestras miradas, unos fragmentos sólo fueron la diversión de una tarde; otros, un tema de decaimiento o de increíble cretinización; otros, el motivo de una breve e incomprensible exaltación: pero, ¿qué retenemos de todo esto sino la voz de lo arbitrario que puede percibirse en algunas comedias de Mack Sennett, la escena del desafío en Entreacto2, la escena del amor salvaje en Sombras blancas3, las escenas de esperanza y desesperanza igualmente ilimitadas de los films de Chaplin? Aparte de esto nada hay, si excluimos la irreductible llamada a la Revolución de El acorazado Potiomkin4. Nada, si excluimos Un perro andaluz y La Edad de Oro, films que se sitúan más allá de todo lo existente. ¡Un lugar para el hombre que, llevando sobre sus vestidos huellas de polvo y de cascotes, indiferente a todo cuanto no es únicamente el pensamiento del amor que le llena y le guía, y alrededor del cual se organiza y gravita el mundo, ese mundo con el que no hay acomodo posible y al que, una vez más, nosotros pertenecemos sólo en la medida en que nos alzamos contra él!
2 Entr'acte (1924), de Rene Clair (cortometraje).
3 Sombras blancas en los Mares del Sur (White Shadows in the South Seas, 1927-1928 iniciado por R. J. Flaherty y concluido por W. S. Van Dyke.
4 Bronenosetz Potiomkin (1925), de S. M. Eisenstein.
Aspecto social
Hay que buscar algún cataclismo lejano para encontrar algo con que comparar los tiempos modernos. Hay que retrotraerse, tal vez, al derrumbamiento del mundo antiguo. La curiosidad que nos arrastra hacia esas épocas de enorme convulsión, convulsión semejante, hechas todas las reservas, a la que hoy vivimos, se vería complacida si pudiese encontrar en esos tiempos algo más que simple historia [...]. A esto se debe el que las auténticas huellas dejadas por la aguja de un gran sismógrafo mental sobre la retina humana revistan siempre, a menos que desaparezca con todo lo demás en el aniquilamiento de la sociedad capitalista, una importancia excepcional para aquellos a quienes, ante todo, les importa determinar el punto crítico en el que los «simulacros» ocupan el lugar de las realidades. Depende de la voluntad de los hombres el que el sol se ponga de una vez para siempre. Proyectada en una época en la que los bancos estallan, en la que las revueltas se desencadenan, en la que los cañones comienzan a salir de sus arsenales, La Edad de Oro debería ser contemplada por todos aquellos a quienes no les inquietan las noticias que la censura deja imprimir en los diarios; La Edad de Oro es un complemento moral indispensable para las alarmas bursátiles, sobre las que su efecto será sumamente directo a causa precisamente de su carácter surrealista. No hay, en efecto, fabulación en la realidad. Se ponen primeras piedras, las conveniencias adquieren figura de dogma, los gendarmes aporrean como corresponde a cada día, es decir, diversos accidentes se producen en el seno de la sociedad burguesa y todos son recibidos con la misma completa indiferencia. Estos accidentes aparecen en el film de Buñuel filosóficamente puros, debilitando así la capacidad de resistencia de una sociedad en putrefacción [...]. El paso del pesimismo a la acción está determinado por el amor, principio del mal en la demonología burguesa, que exige el sacrificio de todo: situación, familia, honor, pero cuyo fracaso en la organización social introduce en ella el sentimiento de la rebelión. Un proceso semejante puede observarse en la vida y la obra del marqués de Sade, contemporáneo de la edad de oro de la monarquía absoluta, y ambas interrumpidas por la implacable represión física y moral de la burguesía triunfante. No es casual que el sacrílego film de Buñuel se nos erija en eco de las blasfemias aulladas como alaridos por el divino marqués a través de las rejas de sus prisiones. Sólo queda mostrar el devenir de este pesimismo en la lucha y en el triunfo del proletariado, que es el equivalente de la descomposición de la sociedad en tanto que clase particular. En la época de la «prosperidad», el valor de uso social en La Edad de Oro puede ser medido por la satisfacción de la necesidad de destrucción inherente a los oprimidos y, tal vez también, por el halago de las tendencias masoquistas de los opresores. Pese a todas las amenazas de estrangulamiento que se ciernen sobre ella5, este film servirá utilísimamente para hacer reventar esa gloria, siempre menos hermosa que la que ella misma nos muestra en un espejo6.
5 amenazas de estrangulamiento no tardaron en cumplirse (N. de la Red.).
6 Este fundamental texto surrealista está reproducido íntegramente, con excepción de dos pequeños párrafos de cuatro líneas
(N. de la Red.).
jueves, 16 de septiembre de 2010
El Placer: notas para Cap. II
En este capítulo pretendemos realizar una alegoría que represente el Rito de nuestra sociedad: el consumismo.
Se denomina ritual al conjunto de condiciones bajo las cuales deben realizarse ciertas ceremonias.
Las ceremonias rituales tienen como fin esencial aumentar la integración social y el consenso sobre las creencias y valores básicos que conforman las culturas. El rito integra al grupo cultural elevando el consenso y la cohesión interna del mismo, lo que lo ayuda a vencer las diferentes causas de conflicto que su propia dinámica interna genera. Para que estas fuerzas disolventes no destruyan al grupo debe haber un acuerdo generalizado y amplio sobre las creencias, valores y objetivos fundamentales que sustentan el esquema cultural y la base de este acuerdo es la ideología predominante que se manifiesta a través del ritual.
La ideología que se expresa en el ritual está constituída por: a) una imágen del mundo y del lugar que el grupo cultural ocupa en él, así como de los papeles que desempeñan sus miembros, b) un sistema de valores y mitos relacionados con esa imágen del mundo.
El término mito es usado aquí para designar al conjunto de valores y creencias que comparten y consideran sagradas los miembros de un grupo social.
Una cultura se aprende a través del rito. Los valores y creencias se refuerzan periódicamente a través de la acción simbólica que se expresa en el ritual. Esta serie rítmica de actos simbólicos que se repiten en ocasiones apropiadas llevan consigo una gran carga emotiva pues reafirman creencias y valores enraizados en la mentalidad colectiva del grupo.
Los ritos y ceremonias despiertan en el individuo respuestas emocionales e irrelexivas que lo inhiben de todo razonamiento y lo sumergen en el éxtasis.
Se denomina ritual al conjunto de condiciones bajo las cuales deben realizarse ciertas ceremonias.
Las ceremonias rituales tienen como fin esencial aumentar la integración social y el consenso sobre las creencias y valores básicos que conforman las culturas. El rito integra al grupo cultural elevando el consenso y la cohesión interna del mismo, lo que lo ayuda a vencer las diferentes causas de conflicto que su propia dinámica interna genera. Para que estas fuerzas disolventes no destruyan al grupo debe haber un acuerdo generalizado y amplio sobre las creencias, valores y objetivos fundamentales que sustentan el esquema cultural y la base de este acuerdo es la ideología predominante que se manifiesta a través del ritual.
La ideología que se expresa en el ritual está constituída por: a) una imágen del mundo y del lugar que el grupo cultural ocupa en él, así como de los papeles que desempeñan sus miembros, b) un sistema de valores y mitos relacionados con esa imágen del mundo.
El término mito es usado aquí para designar al conjunto de valores y creencias que comparten y consideran sagradas los miembros de un grupo social.
Una cultura se aprende a través del rito. Los valores y creencias se refuerzan periódicamente a través de la acción simbólica que se expresa en el ritual. Esta serie rítmica de actos simbólicos que se repiten en ocasiones apropiadas llevan consigo una gran carga emotiva pues reafirman creencias y valores enraizados en la mentalidad colectiva del grupo.
Los ritos y ceremonias despiertan en el individuo respuestas emocionales e irrelexivas que lo inhiben de todo razonamiento y lo sumergen en el éxtasis.
martes, 14 de septiembre de 2010
Cine e Historia: S. M. Einsenstein
I. La primera visión
Lo más importante es tener una visión. Luego hay que empuñarla y retenerla en la memoria. No hay ninguna diferencia, si se está escribiendo el guión del film, o el plan de producción, o pensando en la solución de un detalle particular.
Se debe ver y sentir lo que se esta pensando. Se lo debe ver y empuñar. Se lo debe reservar y fijar en la memoria y en los sentidos. Y finalmente se lo debe realizar inmediatamente.
Cuando se está con mucha disposición para trabajar, las imágenes pululan bulliciosamente por la imaginación. Hay que mantenerse firme junto a ellas y atraparlas en el momento preciso.
Repentinamente se ve el contorno de toda una escena, y dibujándose ante esta mismo visión subjetiva, surge simultáneamente un primer plano en gran detalle: una cabeza circundada por un blanca golilla. (cont)
Una idea suelta creo que de Engels
El individuo separadamente puede creer que son los auténticos motores de su conducta, porque se lo ha embuido de la tradición y así se lo ha educado.
Otra idea suelta creo que de Marcusse
La sociedad contemporánea funciona a través de la manipulación de las necesidades.
Estas necesidades tienen un contenido y una función sociales, determinadas por poderes externos sobre los que el individuo no tiene control.
Las unicas necesidades verdaderas son las vitales: alimento, vestido, habitación, en el nivel de cultura que alcanzen.
El aparato productivo y los bienes y servicios que produce "venden" o imponen el sistema social.
Estas necesidades tienen un contenido y una función sociales, determinadas por poderes externos sobre los que el individuo no tiene control.
Las unicas necesidades verdaderas son las vitales: alimento, vestido, habitación, en el nivel de cultura que alcanzen.
El aparato productivo y los bienes y servicios que produce "venden" o imponen el sistema social.
El Placer: una película sobre el dolor
El título de la película surgió como referencia al barrio desde el cual parte nuestra reflexión fílmica. Al poco tiempo de rodaje el término desbordó la referencia concreta a un lugar físico, para acercarse a su significado relacionado a la alegría, al goce de los sentidos y también a la diversión. Esta ampliación del término sucedió al tiempo que nos aproximamos a la cotidianeidad de los protagonistas de la historia: su busqueda en pos de la felicidad, las formas de representarse el mundo y el lugar desde el cual participan en lo social. Pasamos así de la significación externa (nombre del barrio), al sentido interno relacionado a las formas del pensamiento.
sábado, 11 de septiembre de 2010
Jean Luc Godard: Sin Aliento (ver online)
En 1959 Jean-Luc Godard filmó Sin aliento una de las obras más importantes e influyentes: devastó los cánones establecidos, los modos de representación tradicional y la narrativa clásica, reformuló la sintaxis y desintegró la temporalidad. Reinventó el lenguaje cinematográfico y creó incomodidad.
Byron
“La palabra, (…), es todo, y una gota de tinta caída, a manera de rocío, sobre la flor del pensamiento, hace meditar a millares y quizás a millones de hombres. ¡ Qué maravilla! Unos cuarenta caracteres trazados sobre el papel para perpetuar una idea constituyen un eslabón eterno en la cadena de los siglos. ¡Qué mezquinas proporciones tiene el hombre en el tiempo! ¡Un pedazo de papel…un pedazo despreciable, como éste en que escribo, vivirá más que el hombre, más que su tumba y más que cuanto le pertenece!...
Byron, “Obras escogidas”, Bs. As., El Ateneo, 1951.
Byron, “Obras escogidas”, Bs. As., El Ateneo, 1951.
viernes, 10 de septiembre de 2010
Agnés Varda: Daguerrotipos (ver online)
Año: 1975
País de producción: Francia
Duración: 75 min.
Formato: 16mm, Color.
Dirección: Agnès Varda
Comentarios: Agnès Varda
Fotografía : Nurith Aviv, William Lubtchansky
Montaje: Gordon Swire
Sonido : Antoine Bonfanti, Jean-François Auger
Interpretación: Los habitantes y los comerciantes de la calle Daguerre.
Producción : Ciné-Tamaris
Agnès Varda rueda la calle Daguerre, en París, en el 14 distrito. Rueda a los comerciantes, el carnicero, la panadera, el tendero de ultramarinos o el peluquero. Rueda a sus vecinos. Trasciende la vida apacible del francés medio. Mira lo que se ve cada día. Hace un homenaje a lo cotidiano y sin artilugios es lo más bello.
Hacia 1973, Eckart Stein, de la ZDF, me había propuesto darme "carta blanca" para su programa más o menos marginal…..La oportunidad de comenzar el film me la dio un mago que pegó un afiche en el café de la esquina: anunciaba en él un espectáculo para el sábado siguiente. Yo agité en dirección de Mainz mi carta blanca, y ésta se convirtió en un cheque. Reunimos nuestras reservas, la INA completó lo que faltaba. Así nació Daguerréotypes, un film sobre los pequeños comerciantes de mi manzana en la punta de la calle Daguerre, del lado de la Avenida Maine, reunidos por Mr. Mystag para un espectáculo en el café (sin aumento del precio de las consumiciones).Luego de cuatro años de inactividad (por diversas razones, entre ellas el nacimiento de Mathieu), volver a tomar contacto con el cine por medio de un documental era lo mejor que me podía pasar, aún más teniendo como tema a mis vecinos, esos que dejan sus puertas abiertas. Era como si fuera a hacer las compras en "mis" comercios habituales, pero con una cámara llevada por Nurith Aviv, cuyas imágenes ya había advertido yo en un extraño film llamado Erica Minor. Rodamos con un equipo muy pequeño. Y digo bien, pequeño. Ni Nurith, ni Christote que hacía la dirección de producción y la secretaría del rodaje, ni yo, pasamos del metro cincuenta y cuatro. Ibamos y veníamos, como tres pequeños ratoncitos que se esconden detrás de la caja de una tienda, o en un rincón entre dos paquetes. El grupo electrógeno, comúnmente grande, se eclipsaba luego de dar luz y el ingeniero de sonido se ocultaba también, dejando como único rastro su percha con el micrófono. Es decir que los negocios quedaban limpios, y los clientes podían comportarse normalmente. Nurith, con un sentido extraordinario de los movimientos orgánicos, pasaba de un gesto a un rostro, luego a un objeto, o al conjunto. Yo cada tanto le murmuraba algo al oído, pero ella se daba cuenta de lo que quería filmar.Resulta que de pronto un tipo entra en la mercería para comprar dos botones de camisa a veinte centavos, paga y sale de nuevo sin sonreir… y sin echar una sola mirada a la cámara.Esa compra de dos botones era la prueba de que nuestro método servía: discreción, inmovilidad, escucha. Yo había agregado al reportaje algunas preguntas como: ¿Cuáles son sus sueños?, o ¿Dónde se conocieron?, ya que todos los comerciantes trabajaban en parejas. El inmovilismo de ese mini-barrio tomó la forma de fotografías filmadas. Ellos mismos se convierten, al posar hacia el final del film, en retratos fijados en el tiempo, pero algunos cabellos se mueven, se esboza un gesto, ¡respiran! Son daguerrotipos vibrantes. El montaje era difícil, apasionante y largo. Sólo un poco más tarde comprendí por qué mis vecinos me habían fascinado tanto. Ocurrió que mientras los filmaba no me hallaba muy lejos de ese bebé que tanto me costaba cuidar y al que no quería abandonar.Lo que había hecho las veces de organización se revelaba de pronto como otra cosa distinta. (..) Mis vecinos me intrigaban desde hacía mucho por cierto, y ese documental me parecía necesario. Pero el film no era solamente la gente de la calle, era también lo que pasaba en mi interior.No creo en la inspiración que viene de afuera, si no viene también del cuerpo y de una experiencia inmediata a veces desprovista de ideas. Eso es lo que yo llamé "documental subjetivo" a partir de L'Opera-Mouffe.Me parece que cuanto más me motiva lo que filmo, más lo hago con algo que se parece a la objetividad. Partimos de lo que sentimos y atravesamos lo real para comunicarnos.Nadie es cineasta en su barrio, o Filmografía de mis vecinos .Mi querida vecina italiana, Adelgisa A., cuya ventana, en planta baja, daba sobre nuestro patio (cuando niña, Rosalie saltaba por el balcón e iba a probar sus pasteles) apareció en el pasillo de la cartomante de Cléo, entre los clientes que esperan.Mis viejos panaderos de los años setenta, el señor y la señora C., fueron una de las parejas de comerciantes de Daguerréotypes. (...) Dado que mis ferreteros, peluqueros, almaceneros, y otros vendedores minoristas habían participado en el rodaje de Daguerréotypes, era natural que les pasara el film en función privada antes del estreno. Aproveché el 14 de julio (1976), día en el que se puede invadir la calle, con motivo de un baile, por ejemplo. Esta vez fue con motivo de un film. Invité de palabra a toda la gente del barrio para que vinieran con sus sillas.Habíamos extendido una pantalla alquilada en el fondo de la calle que es nuestro patio. Vinieron con sus sillas y sus cochecitos rebosantes de bebés. El portón estaba abierto, los espectadores desbordaban sobre la vereda y un poco sobre la calzada, protegidos por un coche atravesado. Algunos jóvenes se sentaron incluso sobre el reborde del techo del primer piso, con los pies balanceándose como en Grecia en verano. Proyección. Al igual que con los pescadores de La Pointe Courte, vi claramente que para mis vecinos el film no era otra cosa que una serie de fotos animadas sobre la pantalla, que comentaban en voz alta: "Viste el perro de Napoléon, oh... Gilbert... Qué feo peinado..." etc. En concordancia con su comportamiento en la tienda, la dulce y amnésica señora Chardon Bleu se levantó durante la proyección y quiso salir. La sombra de su cabeza describió algunas idas y venidas sobre la pantalla, y el señor Chardon Bleu la hizo sentarse del mismo modo en que la hacía volver cada tarde cuando se iba. Luego se quedó tranquila.Risas estallaban todo el tiempo. Risas de timidez de los que se descubrían en la pantalla, risas de burla amable. Risas porque el señor Mystag transformaba el agua en vino. Y hubo precisamente una vuelta de vino blanco luego de la proyección, entre ruido de sillas arrastradas o plegadas. Aun con aspecto de estar contentos, ninguno de los espectadores de ese 14 de julio me habló de las imágenes, del montaje o del comentario de mi film, ni de lo que habían sentido.Sólo la señora panadera me pidió verlo de nuevo. La llevé en coche a un cine-club en el 17° Distrito, donde tenía lugar una función preliminar. A pesar de la presencia de Simone Signoret, a la que adoraba, y de la de Chris Marker, al que ignoraba, mi panadera formuló juiciosas preguntas durante el debate y durante la vuelta en coche. Ella es la única, entre mis vecinos y vecinas, que me habló de mis películas entre 1951 y 1976.Hubo un solo cambio –sólo uno– entre el antes y el después de Daguerréotypes. Habían comprendido que el cine es un auténtico trabajo. Habían visto a Nurith llevar la cámara de 16mm sobre sus espaldas, nos habían visto comenzar muy temprano con la iluminación de los locales... Antes, me tomaban por una artista algo mistificadora e inconformista. Después, me había convertido en una trabajadora.
Duración: 75 min.
Formato: 16mm, Color.
Dirección: Agnès Varda
Comentarios: Agnès Varda
Fotografía : Nurith Aviv, William Lubtchansky
Montaje: Gordon Swire
Sonido : Antoine Bonfanti, Jean-François Auger
Interpretación: Los habitantes y los comerciantes de la calle Daguerre.
Producción : Ciné-Tamaris
Agnès Varda rueda la calle Daguerre, en París, en el 14 distrito. Rueda a los comerciantes, el carnicero, la panadera, el tendero de ultramarinos o el peluquero. Rueda a sus vecinos. Trasciende la vida apacible del francés medio. Mira lo que se ve cada día. Hace un homenaje a lo cotidiano y sin artilugios es lo más bello.
Hacia 1973, Eckart Stein, de la ZDF, me había propuesto darme "carta blanca" para su programa más o menos marginal…..La oportunidad de comenzar el film me la dio un mago que pegó un afiche en el café de la esquina: anunciaba en él un espectáculo para el sábado siguiente. Yo agité en dirección de Mainz mi carta blanca, y ésta se convirtió en un cheque. Reunimos nuestras reservas, la INA completó lo que faltaba. Así nació Daguerréotypes, un film sobre los pequeños comerciantes de mi manzana en la punta de la calle Daguerre, del lado de la Avenida Maine, reunidos por Mr. Mystag para un espectáculo en el café (sin aumento del precio de las consumiciones).Luego de cuatro años de inactividad (por diversas razones, entre ellas el nacimiento de Mathieu), volver a tomar contacto con el cine por medio de un documental era lo mejor que me podía pasar, aún más teniendo como tema a mis vecinos, esos que dejan sus puertas abiertas. Era como si fuera a hacer las compras en "mis" comercios habituales, pero con una cámara llevada por Nurith Aviv, cuyas imágenes ya había advertido yo en un extraño film llamado Erica Minor. Rodamos con un equipo muy pequeño. Y digo bien, pequeño. Ni Nurith, ni Christote que hacía la dirección de producción y la secretaría del rodaje, ni yo, pasamos del metro cincuenta y cuatro. Ibamos y veníamos, como tres pequeños ratoncitos que se esconden detrás de la caja de una tienda, o en un rincón entre dos paquetes. El grupo electrógeno, comúnmente grande, se eclipsaba luego de dar luz y el ingeniero de sonido se ocultaba también, dejando como único rastro su percha con el micrófono. Es decir que los negocios quedaban limpios, y los clientes podían comportarse normalmente. Nurith, con un sentido extraordinario de los movimientos orgánicos, pasaba de un gesto a un rostro, luego a un objeto, o al conjunto. Yo cada tanto le murmuraba algo al oído, pero ella se daba cuenta de lo que quería filmar.Resulta que de pronto un tipo entra en la mercería para comprar dos botones de camisa a veinte centavos, paga y sale de nuevo sin sonreir… y sin echar una sola mirada a la cámara.Esa compra de dos botones era la prueba de que nuestro método servía: discreción, inmovilidad, escucha. Yo había agregado al reportaje algunas preguntas como: ¿Cuáles son sus sueños?, o ¿Dónde se conocieron?, ya que todos los comerciantes trabajaban en parejas. El inmovilismo de ese mini-barrio tomó la forma de fotografías filmadas. Ellos mismos se convierten, al posar hacia el final del film, en retratos fijados en el tiempo, pero algunos cabellos se mueven, se esboza un gesto, ¡respiran! Son daguerrotipos vibrantes. El montaje era difícil, apasionante y largo. Sólo un poco más tarde comprendí por qué mis vecinos me habían fascinado tanto. Ocurrió que mientras los filmaba no me hallaba muy lejos de ese bebé que tanto me costaba cuidar y al que no quería abandonar.Lo que había hecho las veces de organización se revelaba de pronto como otra cosa distinta. (..) Mis vecinos me intrigaban desde hacía mucho por cierto, y ese documental me parecía necesario. Pero el film no era solamente la gente de la calle, era también lo que pasaba en mi interior.No creo en la inspiración que viene de afuera, si no viene también del cuerpo y de una experiencia inmediata a veces desprovista de ideas. Eso es lo que yo llamé "documental subjetivo" a partir de L'Opera-Mouffe.Me parece que cuanto más me motiva lo que filmo, más lo hago con algo que se parece a la objetividad. Partimos de lo que sentimos y atravesamos lo real para comunicarnos.Nadie es cineasta en su barrio, o Filmografía de mis vecinos .Mi querida vecina italiana, Adelgisa A., cuya ventana, en planta baja, daba sobre nuestro patio (cuando niña, Rosalie saltaba por el balcón e iba a probar sus pasteles) apareció en el pasillo de la cartomante de Cléo, entre los clientes que esperan.Mis viejos panaderos de los años setenta, el señor y la señora C., fueron una de las parejas de comerciantes de Daguerréotypes. (...) Dado que mis ferreteros, peluqueros, almaceneros, y otros vendedores minoristas habían participado en el rodaje de Daguerréotypes, era natural que les pasara el film en función privada antes del estreno. Aproveché el 14 de julio (1976), día en el que se puede invadir la calle, con motivo de un baile, por ejemplo. Esta vez fue con motivo de un film. Invité de palabra a toda la gente del barrio para que vinieran con sus sillas.Habíamos extendido una pantalla alquilada en el fondo de la calle que es nuestro patio. Vinieron con sus sillas y sus cochecitos rebosantes de bebés. El portón estaba abierto, los espectadores desbordaban sobre la vereda y un poco sobre la calzada, protegidos por un coche atravesado. Algunos jóvenes se sentaron incluso sobre el reborde del techo del primer piso, con los pies balanceándose como en Grecia en verano. Proyección. Al igual que con los pescadores de La Pointe Courte, vi claramente que para mis vecinos el film no era otra cosa que una serie de fotos animadas sobre la pantalla, que comentaban en voz alta: "Viste el perro de Napoléon, oh... Gilbert... Qué feo peinado..." etc. En concordancia con su comportamiento en la tienda, la dulce y amnésica señora Chardon Bleu se levantó durante la proyección y quiso salir. La sombra de su cabeza describió algunas idas y venidas sobre la pantalla, y el señor Chardon Bleu la hizo sentarse del mismo modo en que la hacía volver cada tarde cuando se iba. Luego se quedó tranquila.Risas estallaban todo el tiempo. Risas de timidez de los que se descubrían en la pantalla, risas de burla amable. Risas porque el señor Mystag transformaba el agua en vino. Y hubo precisamente una vuelta de vino blanco luego de la proyección, entre ruido de sillas arrastradas o plegadas. Aun con aspecto de estar contentos, ninguno de los espectadores de ese 14 de julio me habló de las imágenes, del montaje o del comentario de mi film, ni de lo que habían sentido.Sólo la señora panadera me pidió verlo de nuevo. La llevé en coche a un cine-club en el 17° Distrito, donde tenía lugar una función preliminar. A pesar de la presencia de Simone Signoret, a la que adoraba, y de la de Chris Marker, al que ignoraba, mi panadera formuló juiciosas preguntas durante el debate y durante la vuelta en coche. Ella es la única, entre mis vecinos y vecinas, que me habló de mis películas entre 1951 y 1976.Hubo un solo cambio –sólo uno– entre el antes y el después de Daguerréotypes. Habían comprendido que el cine es un auténtico trabajo. Habían visto a Nurith llevar la cámara de 16mm sobre sus espaldas, nos habían visto comenzar muy temprano con la iluminación de los locales... Antes, me tomaban por una artista algo mistificadora e inconformista. Después, me había convertido en una trabajadora.
[Fragmento de Varda par Agnès, Éditions Cahiers du Cinéma, Paris, 1994, pp.142-145. Traducción: Fernando La Valle.]
Extracto completo en ArditoDocumental.
ver online Daguerrotipos
http://www.megavideo.com/?v=8JQQZ21M
Cine e Historia (Agnés Varda)
BLACK PANTHERS, DE AGNÈS VARDA
El mes de mayo de 1968, mientras los gases lacrimógenos de la Policía francesa cargaban el aire de París y los estudiantes pretendían hacer realidad su utopía, Agnès Varda estaba en California. Mientras su marido, Jacques Demy, rodaba el largometraje Model Shop (1969), ella filmaba documentales y pequeñas digresiones de carácter ensayístico. Entre los trabajos californianos de Agnès Varda nos encontramos con un documental titulado Oncle Yaco, articulado como un homenaje a su tío de América, un pintor bohemio instalado en Sausalito, y también un ensayo sobre los compositores del espectáculo musical Hair, titulado Lions Love (1969). Entre estas dos piezas, la cineasta rodó su episodio de la película colectiva Loin du Vietnam y decidió analizar el movimiento de los Black Panthers, en uno de los momentos de mayor efervescencia y radicalización debido al encierro de su líder, Huey P. Newton. La película resultante de este último proyecto se mueve entre la celebración festiva y el discurso didáctico.
La cineasta se encuentra en las calles de Oakland con un movimiento fuerte que se proclama marxista-leninista, que quiere revindicar las raíces ancestrales de la comunidad afroamericana que vive en Estados Unidos y que promete seguir las máximas de su padre espiritual, Malcolm X. El mes de mayo de 1968 es un mes muy delicado dentro de la lucha de los afroamericanos por sus derechos. El 4 de abril de 1968 había sido asesinado en Memphis (Tennessee) Martin Luther King, quien había llevado a cabo una campaña de concienciación y lucha por los derechos de su comunidad a partir de una serie de postulados pacifistas. La muerte de Luther King había generado un profundo malestar que se contagió a las filas de los Black Panthers, movimiento cuya estrategia se oponía al pacifismo del líder del Movimiento para los Derechos Civiles. Los Black Panthers tenían una base marcadamente marxista, y entre sus propuestas figuraban la igualdad sin condiciones para los ciudadanos afroamericanos y que los hombres de raza negra quedasen exentos del servicio militar. Agnès Varda pretende en su documental dar a conocer quiénes son los Black Panthers, cuál es su simbología y cuáles son las bases de su ideología. Toda esta información es introducida mientras la cineasta filma a los miembros del movimiento manifestándose por la libertad de Huey P. Newton, encarcelado y acusado de homicidio. La directora muestra las manifestaciones que tienen lugar durante el proceso y entrevista a algunos de los activistas más destacados, como Bobby Seal, Stockey Carmichael y H. P. Brown. La película ofrece, incluso, una breve entrevista con Huey P. Newton en la cárcel. El tono festivo surge a partir del modo en que la directora filma el proceso de afirmación social del movimiento.
La curiosidad de Agnès Varda, con sus juegos de ruptura del relato para dedicarse a la búsqueda de pequeños detalles curiosos, se centra en esta ocasión en preguntarse cuál es el origen del peinado de las mujeres Black Panthers, con sus cabellos largos enteramente rizados. El deseo de documentar lo que está ocurriendo en el presente conduce a la cineasta a mostrar algún enfrentamiento con la policía. Con el paso de los años, más allá del valor coyuntural que posee la película, el trabajo de Agnès Varda ha pasado a ocupar un lugar dentro de ese cine militante que mostró en los años sesenta que en los Estados Unidos había estallado un claro deseo de cambio radical de la sociedad.
AGNÈS VARDA
Nacida en Bruselas el mes de mayo de 1928, ha jugado un doble rol esencial dentro del cine francés. Por una parte, su activismo feminista la ha convertido en una cineasta referencial para considerar las aproximaciones al universo femenino llevadas a cabo por el cine moderno. Cleo de 5 a 7 (1962), Una canta, la otra no (1977) o Sin techo ni ley (1985) muestran peculiares retratos de universos femeninos, rodados con marcada sensibilidad. La otra posición que ocupa Agnès Varda es como heredera de la Nouvelle Vague, movimiento con el que tuvo una relación colateral, pero que la llevó a una libertad absoluta de tono, pasando de la ficción al ensayo documental y de éste a las instalaciones artísticas. Una parte importante de sus trabajos juegan con un explícito componente biográfico, utilizando su propio yo y su propia existencia como materiaç fílmica Desde esta perspectiva, Les Plages d'Agnès es una autobiografía construida como introspección al cumplir sus ochenta años.
FILMOGRAFÍA SELECIONADA: 1954 La Pointe courte; 1962 Cleo de 5 a 7; 1965 La felicidad 1968 Black Panthers, cortometraje; 1969 Lions Love; 1976 Daguerréotypes; 1977 Una canta y otra no (L'une chante, l'autre pas); 1981 Murs,murs, murs; 1985 Sin techo ni ley (Sans toît, ni loi); 1988 Kung fu master!; 1988 Jane B par Agnès V; 1991 Jacquot de Nantes; 1995 Les Cent et une nuits; 2000 Los espigadores y la espigadora (Les Glaneurs et la glaneuse); 2004 Cinévardaphoto; 2008 Les Plages d'Agnès.
Fuente: Angel Quintana en Cahiers du cinema (España) nº 9
El mes de mayo de 1968, mientras los gases lacrimógenos de la Policía francesa cargaban el aire de París y los estudiantes pretendían hacer realidad su utopía, Agnès Varda estaba en California. Mientras su marido, Jacques Demy, rodaba el largometraje Model Shop (1969), ella filmaba documentales y pequeñas digresiones de carácter ensayístico. Entre los trabajos californianos de Agnès Varda nos encontramos con un documental titulado Oncle Yaco, articulado como un homenaje a su tío de América, un pintor bohemio instalado en Sausalito, y también un ensayo sobre los compositores del espectáculo musical Hair, titulado Lions Love (1969). Entre estas dos piezas, la cineasta rodó su episodio de la película colectiva Loin du Vietnam y decidió analizar el movimiento de los Black Panthers, en uno de los momentos de mayor efervescencia y radicalización debido al encierro de su líder, Huey P. Newton. La película resultante de este último proyecto se mueve entre la celebración festiva y el discurso didáctico.
La cineasta se encuentra en las calles de Oakland con un movimiento fuerte que se proclama marxista-leninista, que quiere revindicar las raíces ancestrales de la comunidad afroamericana que vive en Estados Unidos y que promete seguir las máximas de su padre espiritual, Malcolm X. El mes de mayo de 1968 es un mes muy delicado dentro de la lucha de los afroamericanos por sus derechos. El 4 de abril de 1968 había sido asesinado en Memphis (Tennessee) Martin Luther King, quien había llevado a cabo una campaña de concienciación y lucha por los derechos de su comunidad a partir de una serie de postulados pacifistas. La muerte de Luther King había generado un profundo malestar que se contagió a las filas de los Black Panthers, movimiento cuya estrategia se oponía al pacifismo del líder del Movimiento para los Derechos Civiles. Los Black Panthers tenían una base marcadamente marxista, y entre sus propuestas figuraban la igualdad sin condiciones para los ciudadanos afroamericanos y que los hombres de raza negra quedasen exentos del servicio militar. Agnès Varda pretende en su documental dar a conocer quiénes son los Black Panthers, cuál es su simbología y cuáles son las bases de su ideología. Toda esta información es introducida mientras la cineasta filma a los miembros del movimiento manifestándose por la libertad de Huey P. Newton, encarcelado y acusado de homicidio. La directora muestra las manifestaciones que tienen lugar durante el proceso y entrevista a algunos de los activistas más destacados, como Bobby Seal, Stockey Carmichael y H. P. Brown. La película ofrece, incluso, una breve entrevista con Huey P. Newton en la cárcel. El tono festivo surge a partir del modo en que la directora filma el proceso de afirmación social del movimiento.
La curiosidad de Agnès Varda, con sus juegos de ruptura del relato para dedicarse a la búsqueda de pequeños detalles curiosos, se centra en esta ocasión en preguntarse cuál es el origen del peinado de las mujeres Black Panthers, con sus cabellos largos enteramente rizados. El deseo de documentar lo que está ocurriendo en el presente conduce a la cineasta a mostrar algún enfrentamiento con la policía. Con el paso de los años, más allá del valor coyuntural que posee la película, el trabajo de Agnès Varda ha pasado a ocupar un lugar dentro de ese cine militante que mostró en los años sesenta que en los Estados Unidos había estallado un claro deseo de cambio radical de la sociedad.
AGNÈS VARDA
Nacida en Bruselas el mes de mayo de 1928, ha jugado un doble rol esencial dentro del cine francés. Por una parte, su activismo feminista la ha convertido en una cineasta referencial para considerar las aproximaciones al universo femenino llevadas a cabo por el cine moderno. Cleo de 5 a 7 (1962), Una canta, la otra no (1977) o Sin techo ni ley (1985) muestran peculiares retratos de universos femeninos, rodados con marcada sensibilidad. La otra posición que ocupa Agnès Varda es como heredera de la Nouvelle Vague, movimiento con el que tuvo una relación colateral, pero que la llevó a una libertad absoluta de tono, pasando de la ficción al ensayo documental y de éste a las instalaciones artísticas. Una parte importante de sus trabajos juegan con un explícito componente biográfico, utilizando su propio yo y su propia existencia como materiaç fílmica Desde esta perspectiva, Les Plages d'Agnès es una autobiografía construida como introspección al cumplir sus ochenta años.
FILMOGRAFÍA SELECIONADA: 1954 La Pointe courte; 1962 Cleo de 5 a 7; 1965 La felicidad 1968 Black Panthers, cortometraje; 1969 Lions Love; 1976 Daguerréotypes; 1977 Una canta y otra no (L'une chante, l'autre pas); 1981 Murs,murs, murs; 1985 Sin techo ni ley (Sans toît, ni loi); 1988 Kung fu master!; 1988 Jane B par Agnès V; 1991 Jacquot de Nantes; 1995 Les Cent et une nuits; 2000 Los espigadores y la espigadora (Les Glaneurs et la glaneuse); 2004 Cinévardaphoto; 2008 Les Plages d'Agnès.
Fuente: Angel Quintana en Cahiers du cinema (España) nº 9
lunes, 6 de septiembre de 2010
Cine e Historia (André Bazin)
Para acabar con la profundidad de campo
"Los debates sobre la profundidad de
Señalemos, ante todo, que si se ha dejado de hablar de ello es porque ha ingresado en las prácticas habituales.
Su utilización se ha vuelto común pero ciertamente más discreta que la de Orson Welles en Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941); ya no es sistemática, como en Los mejores años de nuestra vida (The Best Years of Our Lives, 1946), sino más bien latente y como en reserva en el arsenal estilístico del director. Además,
nos hemos acostumbrado a ella y su intrusión en una secuencia ya no nos impresiona mucho más que, antaño, el caduco juego del campo-contracampo.
No obstante, ya no hay films de cuidada factura, americanos, franceses, ingleses o italianos en los que no haya una u otra secuencia construida en profundidad.
Cuando nos replanteamos las disputas que hace dos o tres años suscitaba la
apología de la profundidad de campo, advertimos fácilmente que giraban alrededor de un malentendido que ambas partes contribuyeron a fomentar en mayor o menor medida. Puesto que en primer lugar, materialmente, constituía una proeza técnica del operador, la profundidad
de campo se reveló como una novedad en la fotografía, y no deja de ser cierto que para obtenerla hay que mejorar la iluminación, emplear una película más sensible, en ocasiones una óptica especial o al menos utilizar una mayor abertura del diafragma. Todas estas condiciones remiten exclusivamente a la competencia del operador. Por ejemplo, los méritos del añorado Gregg Toland son deslumbrantes en los filmes de Welles y Wyler. Frente al entusiasmo, frecuentemente juvenil, suscitado por la puesta en escena en profundidad, al
historiador o al técnico les resultó fácil oponer viejos caprichos: Lumière, Zecca o Chaplin, que nunca utilizaron el campo- contracampo sino, por el contrario, la imagen nítida hasta el último plano.
En Fantomos [Louis Feuillade, 1913], por ejemplo (entre otros muchos igualmente
característicos), encontramos una escena o un teatro: la cámara se encuentra en un palco y encuadra el conjunto, a un tiempo al personaje en primer plano y el escenario del teatro en un plano general.
Un director que debutó en Gaumont hacia 1912 decía que en aquella época la nitidez de los planos generales era el ABC del oficio de operador. A quien se le hubiera ocurrido no diafragmar correctamente lo habrían echado. No se concebía una imagen que no tuviera una perfecta legibilidad. Era una cuestión de acabado
y de probidad técnica. Ciertamente, en aquel entonces se filmaba en exteriores, o al menos a la luz del sol, y el cierre de los objetivos pensados para una iluminación intensa y uniforme podía realizarse sin peligro para
la exposición. El regreso a la profundidad en las condiciones técnicas actuales no es tan sencillo. En este campo, quien puede alcanzar lo más grande no siempre alcanza lo pequeño. Por intensa que sea, la iluminación de estudio, con sus modulaciones, sus contrastes, sus claroscuros, requiere aberturas suficientes
para una gran luminosidad de la imagen.
Desde hace tiempo los objetivos concebidos para el máximo rendimiento de los ambientes luminosos en la película pancromática han dejado de ofrecer al operador las posibilidades del "picado" en
profundidad de los primeros objetivos. Por esta razón, dicho sea de paso, Renoir buscó material antiguo para rodar La regla del juego (La règle du jeu, 1939): "Tengo la impresión", escribe en 1938, "de que esta nitidez es muy agradable cuando procede de un objetivo que la lleva de fábrica, más que si se debe a un objetivo poco profundo al que hemos aplicado el diafragma". Sin embargo, los antiguos objetivos,
más nítidos en todos los aspectos, eran menos luminosos. Aunque lo hubiesen sido más, todavía hubiéramos estado muy lejos de poder rodar libremente en estudio. Para conseguirlo aún eran necesarios otros progresos técnicos y especialmente una mayor sensibilidad de la película. La profundidad de campo de Los mejores años de nuestra vida se debió especialmente a esta película ultrasensible y a un decorado anegado en una
luz de una brutalidad quirúrgica. El objetivo, según Gregg Toland, era extremadamente cerrado. Así pues, observamos que el regreso a la antigua práctica sólo ha sido posible, paradójicamente, por mediación del
progreso técnico. A menos de renunciar al beneficio del progreso permitido por treinta años de uso de la iluminación artificial no podría ser de otro modo. Sin embargo, no veo inconveniente en que se considere secundarias esas planificaciones materiales y se les niegue los títulos reservados a la verdadera creación
estética. Si Gregg Toland sólo hubiera descubierto el modo de rodar en estudio como Zecca a la luz del sol, el progreso sería escaso. Señalemos que éste último habría necesitado una mayor habilidad profesional, siquiera para resolver el problema de los ajustes de luz, que prácticamente no se planteaba en la época de
Les méfaits de l'alcoholisme (1902). En realidad la cuestión es otra. Si la profundidad de campo nos interesa es porque se trata de un progreso técnico menor de la fotografía y esencialmente una revolución de la puesta en escena o, más exactamente, del guión técnico. Otro tanto ocurrió, históricamente, con la aparición del flou, que habría sido un grave error considerar un estilo fotográfico. Si llegó a serlo, lo fue de manera
secundaria. En sus inicios el flou está relacionado con el primer plano, es decir, con el montaje.
Si las películas de Zecca, de Feuillade, de Dupont y, a fortiori, de Lumière fueron rodados con profundidad de campo es porque no podía ser de otro modo en el estado del relato cinematográfico anterior al montaje, tal como fue puesto a punto por Griffith. Sin duda en los filmes de persecuciones o en L'Assassinat du Duc de Guise (Calmettes / Le Bargy, 1908) ya se puso en práctica un guión técnico rudimentario, pero no se trataba sino de un encadenamiento entre secuencias homogéneas, de simples raccords en el espacio, no de la dialéctica dramática cuya clave de bóveda es el primer plano. La acción que se desarrolla ante la cámara era fotografiada en bloques, sin que la fotografía desempeñe otro papel que el de registro. ¿Y la primera virtud de un registro no es acaso la precisión y la nitidez? En este estado del cine, el flou, aunque no invadiera el plano donde se desarrollaba el núcleo de la acción, se percibía como una tara. Puesto que el encuadre -fijo determinaba una zona de espacio donde todo podía ocurrir, el flou habría constituido una contradicción lógica, como la afirmación absurda de una diferencia cualitativa, de no sé qué inexplicable estratificación
del espacio. Admitirlo le hubiese resultado al espectador tan difícil como ser miope y hallar satisfacción en
serlo. Aunque inmediatamente inútil, el picado de los segundos planos constituía la garantía técnica de l realidad de la imagen. El plano de Feuillade que evocábamos hace un momento no podía rodarse de otro modo: puesto que el sujeto de la acción establecía una cierta relación entre el personaje del palco y el
espectáculo en el escenario, con anterioridad al montaje no existían otros medios que el encuadre simultáneo del palco y el escenario. Si en la actualidad esta imagen nos sorprende especialmente es porque, por una parte, la misma secuencia sería tratada en una serie de planos que pondrían lógicamente en evidencia esa relación dramática, y por otra que el genio de Feuillade le permitió encontrar un encuadre profético, como el boceto de un plano de Renoir o de Orson Welles. Pero no es el genio lo que aquí está en juego: lo que cuenta es que Feuillade llegó a esa imagen por necesidad, que no tenía elección. El mismo director me hablaba de la
estupefacción de los técnicos franceses cuando llegaron los primeros filmes americanos que seguían la nueva moda y del desconcierto de los profesionales durante un tiempo. En efecto, el canon fotográfico ya no era el mismo, pero sobre todo traía consigo el montaje. El escenario ya no era "fotografiado" sino dividido
en múltiples planos cuya escala, disposición y duración desempeñaban un papel lógico y dramático esencial.
Evidentemente, si la fotografía pura y simple de la acción implicaba -como hemos visto- la profundidad de campo, el montaje no imponía necesariamente el flou: sin embargo, lo permitía, o mejor aún, tenía algunas buenas razones para utilizarlo. Dejo a un lado las búsquedas puramente plásticas como la trama o flo artístico, que son efectos parásitos que no interesan al guión técnico y remiten a la mera fotografía: desde el momento en que el espacio cinematográfico no es un medio homogéneo, sino que se descompone en relaciones lógicas y dramáticas, la puesta en escena reside más en el arte de ocultar que de mostrar.
Ahora bien, el flou es un medio indirecto de poner de relieve el plano en el que se realiza el enfoque transcribe en la plástica la jerarquía dramática que el montaje expresa en la duración. Por otra parte, la abstracción lógica que el montaje introduce en la utilización de la imagen modifica el valor de la misma; a partir de ahora, es menos grabación y reproducción que significación y relación. En este nuevo complejo de percepción, la nitidez de los fondos deja de ser indispensable, el flou deja de percibirse como una inverosimilitud: contraste, no contradicción. Al principio el ojo deberá acostumbrarse a él como se acostumbra a leer un texto en caracteres góticos en lugar de romanos. Posible como operación mental a
partir de ese momento, el flou hallaba, además, múltiples justificaciones técnicas. Permitía una fotografía expresiva, una plástica más pictórica; las grandes aberturas necesarias para la obtención de claroscuros no estaban prohibidas. La ciencia de la iluminación se enriquecía rápidamente. Sin embargo, la importancia del flou en la historia de la fotografía es secundaria. Es esencialmente y ante todo una dependencia directa de la invención del montaje.
En esta perspectiva, el reciente regreso a la profundidad de campo no es de ningún modo el redescubrimiento de un viejo estilo de fotografía, una moda de operador semejante a la de las modistas que recuperan la línea 1900. No tiene que ver con la plástica, sino con la fisiología de la puesta en escena. Pertenece a la historia del guión técnico. Ahora bien, ¿quién se atreverá a sostener que La regia del juego, Ciudadano
Kane, La loba (Little Foxes, 1941) o Los mejores años de nuestra vida están construidos como Les méfaits de l'alcoholisme o Les Vampyrs (Feuillade, 1915)? Las películas de Renoir, de Welles y de Wyler han provocado glosas suficientes para que baste con evocarlos sin examinarlos en detalle. Para quien sepa
ver, es evidente que los planos-secuencia de Welles en El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons, 1942) no constituyen simplemente un "registro" pasivo de una acción fotografiada en un mismo marco, sino, por el contrario, que el rechazo a parcelar el acontecimiento, a descomponer en el tiempo el área dramática, es una operación positiva cuyo efecto es superior al que habría podido producir el desglose clásico. Basta con comparar dos fotogramas con profundidad de campo, uno de 1910 y otro de Welles o Wyler, para comprender, con solo ver la imagen, aun separada del filme, que su función es otra. El encuadre
de 1910 prácticamente se identifica con el cuarto muro ausente del escenario del teatro o, al menos, con el mejor punto de vista exterior sobre la acción, mientras que el decorado, la iluminación y el ángulo ofrecen, en la segunda confección, una legibilidad diferente. En la superficie de la pantalla, director y operador han sabido organizar un tablero dramático del que no se excluye ningún detalle. Encontraremos los ejemplos más notorios, si no los más originales, en La loba, donde la puesta en escena adopta un rigor de diseño (en Welles, la sobrecarga barroca hace más complejo el análisis). La presentación de un objeto como el cofre de metal (que contiene las acciones robadas) en relación a los personajes es tal que el espectador no puede
escapar a su significación. Significación que el montaje habría detallado en un desarrollo de planos sucesivos.
En otras palabras, el plano-secuencia con profundidad de campo del realizador moderno no renuncia al montaje -¿cómo podría hacerlo sin regresar a un balbuceo primitivo?-, sino que lo integra en su plástica. El relato de Welles o de Wyler no es menos explícito que el de John Ford, pero tiene sobre este último
la ventaja de no renunciar a los efectos específicos que pueden obtenerse de la unidad de la imagen en el tiempo y el espacio. En efecto, no resulta indiferente (al menos en una obra que ha logrado un estilo) que un acontecimiento se analice por fragmentos o se represente en su unidad física. Sería evidentemente absurdo
negar los progresos decisivos aportados por el uso del montaje en el lenguaje de la pantalla, pero han sido adquiridos sacrificando otros valores, no menos cinematográficos, de los que Stroheim fue el primer y más notable renovador.
Por estas razones la profundidad de campo no es una moda de operador como el uso de tramas, del filtro o de un determinado estilo de iluminación, sino una adquisición capital de la puesta en escena: un progreso dialéctico en la historia del lenguaje cinematográfico".
André Bazin Cahiers du cinema, n° 1. Abril, 1951
Traducido por Antonio Francisco Rodríguez Esteban
C A H I E R S DU C I N É M A E S P A Ñ A / MAYO 2 0 0 7 95
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