miércoles, 29 de septiembre de 2010

La Regeneración periódica de la Naturaleza


A Demeter de hermosa cabellera, venerada diosa, comienzo a cantar; a ella y a su hija Perséfone, que fue raptada por concesión de Zeus mientras jugaba con las hijas del Océano y recogía flores en un blando prado, a saber: rosas, azafrán, hermosas violetas, espadillas, jacintos y aquel narciso, ella admirada tendió los brazos para recoger el hermoso fruto de la naturaleza; pero entonces se abrió la tierra y surgió Plutón, hijo famoso de Cronos, llevado por sus corceles inmortales. Y arrebatándola  se la llevó en su carro de oro mientras lloraba y gritaba. Pero ninguno de los inmortales ni de los mortales hombres escuchó su voz, solamente la oyeron la hija de Perseo, Hécate y el Soberano Sol.
Demeter sintió que un agudo dolor le traspasaba el corazón, destrozó con su mano la cinta que le ataba el cabello, colocó un manto sobre sus hombros, y salió presurosa, a indagar por tierra y por mar. Pero ninguno de los dioses ni de los mortales hombres quiso revelarle la verdad. Durante nueve días vagó por la tierra. Cuando apareció por décima vez la resplandeciente Aurora, salió a su encuentro Hécate con una luz en la mano y para darle noticias le dirigió la palabra: "Venerada Demeter que nos traes los frutos a su tiempo y nos haces esplendidos dones ¿quién te robó a Perséfone? Oí sus gritos pero no vi quien fue el raptor."
Sin contestar con palabras se echó a correr hasta que llegó al sol, entonces se detuvo y preguntó: Tú que con tus rayos contempas desde el divino éter toda la tierra dime ¿en alguna parte viste a mi hija amada, cual de los dioses o de los mortales se la ha llevado contra su voluntad y durante mi ausencia?
El Sol repondió: "Tú lo sabrás, pues te venero y me apiado de ti, ninguno de los inmortales es culpable sino Zeus, que se la dió a Plutón, su hermano, para que la tomara como esposa. Éste raptándola se la llevó en su carro a la oscuridad tenebrosa. Cese tu llanto, pués no es yerno indigno de ti."
Demeter irritada contra Zeus se fue hacia las ciudades y los campos cultivados, afeando su figura durante mucho tiempo. Ninguno de los hombres ni de las mujeres la reconoció al contemplarla. Llegó a la morada del belicoso Celeo y afligída en su corazón se sentó junto al camino. Parecía una vieja que ya no es apta para dar a luz ni para gozar de los presentes de Afrodita.
Las cuatro hijas de Celeo la vieron sin reconocerla y acercandose le dijeron: "¿Quien y de dónde eres?"
La respuesta errática y desesperada acongojó a la mujeres: "Lo que nos deparan los dioses hemos de sufrirlo necesariamente."

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